lunes, 29 de octubre de 2012

¿Podemos hacerlo? vs ¿Debemos hacerlo?



Por: Norma Ortega.


“Es difícil pensar que la esencia del “me vale madre” sea
aniquilado de tajo en México, lo que sí es posible
imaginar es que las formas educacionales y modernas técnicas
 pedagógicas, puedan en un futuro, erradicar
una de nuestras mayores vergüenzas que además es institucional”
Jesús Flores y Escalante



Quiero comenzar esta plática con dos preguntas: ¿Qué es lo que nos hace confiar en la ciencia? y ¿Por qué la hemos considerado como la proveedora de conocimiento cierto y confiable? Considero que hacernos estas dos preguntas es fundamental en la medida en que hemos despreciado otros campos del saber como la filosofía, el arte, la historia y la religión, por ir tras los frutos que las ciencias nos ofrecen.      
         
        Y es que justamente esto último: los frutos de las ciencias, son los que la hacen brillar por encima de los otros saberes que, si bien es cierto nos dicen algo del mundo, no cuentan con la credibilidad de que aquélla goza.
            Si recurrimos a la historia advertiremos que las ciencias toman un lugar decisivo en la vida del hombre a partir del siglo XIV, pues ellas dieron las bases no sólo para conocer y recorrer el mundo, sino también para descubrir civilizaciones y lugares que hasta el momento habían estado ocultos a los ojos occidentales. Las ciencias sirvieron (y recalco: sirvieron) para abrir el mundo del feudo medieval que vio en ellas la posibilidad de salir del dogmatismo cristiano y crear los instrumentos que después reemplazarían el trabajo manual y burlarían los designios de la naturaleza.
            La fuerza definitoria de las ciencias y su poder (y repito: ciencias y poder) vieron su mayor logro en la gestación y desarrollo de la Revolución Industrial y con ella del Capitalismo, sistema que ocuparía el lugar de la economía feudal y que continúa vigente e ingente en nuestras vidas.
            Es así como las ciencias toman un lugar preponderante en la vida humana. Las ciencias aliadas a la industria producirán su fuente de confianza, certidumbre y adoración, pues las ciencias aplicadas a la industria dieron como fruto la tecnología.
¿Es posible negar la importancia de la tecnología en nuestras vidas? No, la tecnología tiene un papel primordial en nuestro actuar cotidiano, ya que desde la ropa que vestimos, el reloj que constantemente consultamos, este edificio y el micrófono que ahora uso, son ejemplos de ello. La tecnología tiene un papel tan importante en nuestras vidas que difícilmente nos imaginamos sin ella.

Entonces, ¿Podemos dar marcha atrás y destruir los productos tecnológicos? Tampoco, nuestro mundo está configurado en buena medida por el hacer tecnológico. La humanidad ha logrado resarcir enfermedades como el cáncer; ha podido observar recónditos y hermosos lugares del espacio, de las profundidades oceánicas y atómicas, gracias a los productos tecnológicos. La tecnología, como producto humano, ha llegado para permanecer entre nosotros y dotarnos de la vida cómoda, longeva y versátil que la sociedad exige, aunque, por supuesto, no toda la sociedad disfrute.
De este modo es como la ciencia, gran dios de la sociedad moderna cuyo Cristo es la tecnología, se ha afianzado en nuestras vidas.
Ahora bien, Francis Bacon, filósofo inglés nacido en el siglo XVI, señala que sólo la ciencia y sus frutos darán al hombre el saber que necesita, aunque para ello debemos desechar una pregunta que estropearía su desarrollo: ¿Con qué fin hacemos ciencia?
Esta pregunta, de corte evidentemente ético, rechaza y aísla toda reflexión moral del pensamiento científico y por lo tanto de todo quehacer tecnológico. La ética, de acuerdo con Bacon, no debe tener relación con la ciencia, pues para su ejercicio debemos preocuparnos por una sola pregunta: ¿Qué podemos hacer? y no ¿Qué debemos hacer? o ¿Para qué debemos hacerlo?
Esta escisión es de vital importancia porque en el anhelo de arrancarle sus secretos a la madre naturaleza (madre violada por el poder y la curiosidad humana) y de proveernos una vida cómoda y longeva, hemos dejado a un lado la conciencia de su alcance, hemos soslayado una cuestión fundamental: ¿Debemos hacerlo?
Esta última pregunta tiene al menos dos respuestas, pues la tecnología ligada a la preservación y conservación de la salud merece desde luego un contundente sí. Ya lo dijimos, se han contrarrestado enfermedades como el cáncer y estamos a un paso de hallar una cura definitiva para el SIDA.
De igual forma, la tecnología ligada a la agilidad y facilidad de nuestras múltiples tareas, merece también un sí categórico. Las ventajas de las tecnologías de la información y la comunicación, no sólo nos han dotado de la velocidad que nuestra ajetreada vida requiere, también permite que nos comuniquemos con eficacia y eficiencia.
Sin embargo, la tecnología tal cual la pensó la modernidad no es igualitaria ni fraterna ni justa (Recuerden el lema de la Revolución francesa: Igualdad, justicia y fraternidad), pues su goce no nos ha dado iguales posibilidades, ni mayor respeto por el otro y mucho menos nos ha hermanado. Basta decir que más del 60% de la población mundial nunca ha consultado un médico, no conoce los celulares y tampoco ha tenido acceso al internet ¿Podemos sostener nuestros “sí” anteriores?

Por otro lado, la pregunta planteada anteriormente: ¿Debemos hacerlo? merece un no definitivo, puesto que es de conocimiento común que los grandes avances tecnológicos, que por cierto se encuentran en manos de las grandes potencias mundiales, son “estrenados” en la guerra. La guerra, instrumento eficientísimo para recuperar economías que languidecen, representa el momento justo para dar a conocer quién posee el mayor logro científico, la tecnología de punta.
En contraste con lo anterior debemos mencionar al matemático italiano Nicolás Tartaglia, quien es considerado como el padre de la balística por haber calculado el grado exacto de inclinación para lanzar una bala lo más lejos posible a fin de causar la mayor destrucción al enemigo y que como buen amante del conocimiento no sólo escribe todo un tratado que resuelve este problema, sino también elabora un trabajo sobre los “fuegos” o explosivos más eficientes; sin embargo, el italiano prevé un grave problema: si este último escrito fuera publicado, la humanidad, sumida en constantes pugnas, se destruiría a sí misma. Tartaglia, contrario a lo que propone Bacon se pregunta por el alcance de su logro y decide quemar su propio trabajo por amor a la humanidad.
Observamos que la ciencia ligada al poder hacer, trae consigo graves problemas, pues dejar a un lado el para qué se hace y si debe hacerse, es decir, separar a la ciencia de la ética no nos da el progreso que esperábamos. Ya Rousseau en el siglo XVIII, sostenía que las ciencias y la moral guardaban una relación inversa: a mayor progreso científico menor progreso moral. Esta sentencia, aunque con fuertes reservas, mantiene su vigencia.
Y es que la idea de progreso es en sí misma peligrosa, ya que además de ser falsa en general, supone superioridad con respecto al pasado y con respecto al presente, es decir, no sólo se cree que sabemos más y somos mejores que nuestros antepasados, sino también que somos mejores y sabemos más que algunas sociedades que no han alcanzado ni poseen los avances científicos que tenemos. Nada más falso, aunque no por ello, menos vigente.
La idea de progreso es el legado de la modernidad que nos ha hecho confiar en la ciencia y sus frutos, pues en pos del anhelo por progresar hemos volteado la espalda a nuestra más íntima naturaleza: la vida en comunidad y para la comunidad. La idea de progreso es falsa: no existe tal progreso, en todo caso podemos hablar de procesos, complejos procesos, es decir, cambios y diferencias.
Ustedes, que van a desempeñar su profesión en una comunidad, deben detenerse a pensar si su trabajo es realmente para ella, pues si no lo es, al menos sí ha sido gracias a ella. Que lleguen al término de sus estudios profesionales se deberá no sólo a su tenacidad y desempeño en la academia, sino también al esfuerzo que le ha costado a lo comunidad construir y sostener esta casa de estudios. Su labor está comprometida con los otros.
En conclusión, sus frutos y la tecnología que desarrollen o mejoren, se deberá a la comunidad que los formó. Pregúntense dos cosas: ¿Para qué debo hacerlo? y ¿Para quién debo hacerlo?

Bibliografía
BACON, Francis. Novum Organum. (Recurso electrónico)
ROUSSEAU, Jean Jacques. Discurso sobre las ciencias y las artes. Madrid-España. Edimat Libros, 2004. 343 pp. (Colección Obras Selectas)
TARTAGLIA, Nicolo. La Nueva Ciencia. Rafael Martínez y César Guevara (trad.) México. UNAM-DGAPA, 1998. 167 pp. (Colección Mathema)

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