Dos
aproximaciones al problema de la mentira: Imannuel Kant y Julio Cortázar.
Por: Luis Veloz
Introducción:

1.-La propuesta formalista en la fundamentación de
la ética kantiana.
La
Fundamentación de la metafísica de las costumbres, así como la Critica de la razón práctica de Kant, se
inscriben en la llamada filosofía practica, que tiene como problemática a
tratar, el aspecto teórico de los modos en que se comporta el hombre en
sociedad. La ética, no tendría razón de ser, sin antes no se tuviera en
consideración que depende de un núcleo social, dado que ahí es donde se
asientan las bases teóricas que trata la filosofía, sin excluir claro, el de la
moral o las morales comunes. En el
caso de la ética kantiana, sucede algo interesante, ya que su base conceptual
se encuentra bajo una sustentación a
priori que dista de cualquier ética anterior a ésta. Este paso que dio
Kant, bastante peculiar, permite, a su vez, la universalidad y la necesidad de
su fundamentación. En Aristóteles, la ética, por el contrario, se establece a
partir del marco de la sociedad griega y en este sentido responde a la
naturaleza humana (empírica-racional), de la circunstancia aristotélica, y como
sabemos, ésta tiene que ver con el hábito
de hacer cosas buenas o practicar el bien (virtud). En Kant, en cambio, la
ética rebasa (por decirlo así) la circunstancia de su pueblo natal: Königsberg.
Así que, su ética, más bien, es una ética que busca ser válida para cualquier
ser humano racional, no importando ni la circunstancia ni el tiempo que lo
arropen, es decir, su localidad, sociedad o la historia misma.
Este es un punto bastante complejo de la ética
kantiana que no tardó en ser ampliamente debatido por otros filósofos
posteriores a ella, en cuya línea contamos a Hegel, Schopenhauer, Nietzsche,
Brentano, entre otros; sin embargo esto no implica, por supuesto, que a pesar
de las críticas, la ética kantiana deje de ser importante desde el punto de
vista de la razón especulativa o del ideal de la razón (la propia ética del
discurso o de la acción comunicativa de Karl Otto Appel y Jürgen Habermas, que
tienen un gran peso en la política actual, se inspiran en Kant).
Cabe señalar, por otra parte, que en el momento
histórico en que Kant construye su sistema, época Ilustrada, el universo
descrito por la física de Newton, influyó profundamente en el filósofo. Era el
gran paso de la ciencia para Kant. Así, si la Critica de la razón pura da cuenta del alcance de la razón (qué
puedo saber), y dictamina cuál es su límite, en la parte práctica o ética (qué
debo hacer) el límite de la razón pura que tomó de modelo la física newtoniana,
se vio sobrepasada, ciertamente, con lo cual no sólo se recuperaron en la Crítica de la razón práctica las ideas
regulativas que forman parte de la metafísica (Alma, Dios, Mundo), sino también
entró en juego la “libertad” (que es lindero de la determinación). En efecto,
dijimos que sin el núcleo social, no se plantearía una ética, pero tampoco se
haría sin que se tuviera en consideración que en el ser humano se da una
libertad (a pesar de su ser biológico, psicológico o social) de discernir sobre
lo que va a hacer, o hacer de sí mismo (posibilidad). En este sentido, es que
se puede argumentar que el Derecho positivo (cercano a la ética), tampoco
tendría ningún caso si el hombre no tuviera un rango de libertad, ya que,
puesto que es libre “para” o “de” hacer, el Derecho positivo construido por una
sociedad determinada, responde a los límites de la libertad (externa y
coercitiva) que se encuentra en el otro. Un animal, desde esta perspectiva, se
considera que no actúa con respecto a cierta moralidad, es decir, es a-moral su
comportamiento en tanto que éste está determinado o constreñido completamente
por su naturaleza; si mata un león, no es por el goce de matar, sino por comer
(o defenderse), si fornica frente a la vista de otros, es por reproducirse bajo
el impulso cíclico de la vida que le determina, etc. No hay nada que pueda ser
considerado inmoral en la acción de un animal (o en la naturaleza misma), dado
que su condición es meramente instintiva, no tiene libertad de discernir Aut Aut (o esto o aquello).
Entonces, quede claro que la ética de Kant parte de
la posibilidad de la libertad, que se asume como un postulado de la razón pura.
Cosa que conduce, en efecto, a pensar que tiene que haber una concordancia
entre la “responsabilidad” del acto y la libertad que ello implica. De este
modo, la ética kantiana pretende dar respuesta a un ideal que se encuentra
situado en lo que Kant llamó: el “reino de los fines”. Por ello es que sea
factible traspasar la contingencia del la sociedad en la que se imprime el
actuar humano. Si pensamos que, una sociedad como la maya, permitió el sacrificio
de hombres, y la judía lo prohibió (admitiendo sólo el de los animales, como
por ejemplo el de una cabra), esto se debe a que cada cultura a su modo
(viéndolo desde lo que enseña Kant), dio razón de lo que era “bueno” y “malo”,
pero partiendo de imperativos “hipotéticos” que no inquirían un fin en sí, sino
únicamente se concentraban en ser mediadores de la comunión entre el pueblo y
su divinidad, lo que daba por resultado un cierto tipo de ordenamiento social.
Algo similar sucede con el canibalismo o el esclavismo
(como sucedió en el modo de producción de la Grecia clásica y que el propio
Aristóteles justificó en su Política)
u otro tipo de acciones que para una sociedad pudieran ser aceptadas y para
otra repudiadas. Por lo tanto, bajo esta perspectiva, se hace esto o aquello en
razón de un fin. Dicho de otro modo, ni la acción misma ni el otro (sujeto) se
muestran como fines en sí, sino como “medios” antes de la ética que se propone
en la filosofía de Kant.
Llegados a este punto, es posible resumir, grosso modo, la directriz de la ética
Kantiana, para tener claros sus fundamentos: a) Libertad, b) Universalidad que
implica a su vez la voluntad y c) Finalidad (aunque puede ser, como lo hacen
varios autores, agregar otros pilares más, pero para nosotros bastan por el
momento los citados). Sin el primer punto, empero, no habría propiamente ética,
como se dijo arriba, con el segundo, a su vez, se logra que, bajo el
“imperativo categórico” se vaya más allá de cualquier circunstancia y tiempo,
además de autolegislar al sujeto desde su propia racionalidad y no desde un
mandato externo (como podría ser el religioso o el político), y el tercero
complementa el imperativo, porque no sólo es el “deber” de la acción, sino que
la propia acción involucra y mira al sujeto, a la persona, en tanto que ésta es
una base importante de toda normatividad que se estudia en la ética.
Ahora bien, es menester, por lo que toca a este
pequeño recuento de la ética kantiana, abordar el “imperativo categórico”.
Antes ya hicimos alusión a él, ahora nos detendremos un poco más y en
específico, para apreciar mejor a qué se refiere y cuál es el papel que tiene
con el tema de la mentira.
Hemos dicho que antes de Kant, no había propiamente
una ética que tuviera el alcance de la universalidad. El propio Kant distingue
entre una ética material y otra que tiene como principio rector la razón y la
formalidad. Siendo ésta última la que él desarrolla. Así pues, con la ética
formal, Kant buscó por todos los medios argumentativos que tuvo a la mano, dejar
de lado la experiencia, ya que ésta implica contingencia, ello para enfocarse
sólo en lo formal, lo que nos lleva a la necesidad (apodíctica) y a la
universalidad (pero de la razón). Ahora, el imperativo categórico, cabe tenerlo
claro, no nos dice que debamos hacer, dicho en otros términos, en ningún
momento Kant nos proporciona un código moral que guíe nuestro actuar, sólo nos
da la estructura del discurso, que es lo formal; está vacío el imperativo, ya
que el sujeto autolegislándose por su voluntad, es el que le da su contenido.
Un imperativo, es un mandato. Y como se dijo, es
hipotético si el imperativo nos dice que hagamos esto, dado que así
conseguiremos aquello. En cambio, es categórico el imperativo si el mandato se
convierte en un fin en sí mismo que nos exige la razón:
“Mas provisionalmente hemos de comprender lo siguiente: que el
imperativo categórico es el único que se expresa en LEY práctica, y los demás
imperativos pueden llamarse principios,
pero no leyes de la voluntad; porque lo que es necesario hacer sólo como medio
para conseguir un propósito cualquiera, puede considerarse en sí como
contingente, y en todo momento podemos quedar libres del precepto con renunciar
al propósito, mientras que el mandato incondicionado no deja a la voluntad ningún
arbitrio con respecto al objeto y, por tanto, lleva en sí aquella necesidad que
exigimos siempre en la ley.”[4][4]
La cita anterior me parece que resume claramente de
qué manera Kant estableció la distinción entre un imperativo hipotético y otro
categórico. Cabe subrayar, así también, que la ética de Kant, no se instaura
con base a normas, sino con máximas, que son principios subjetivos
del obrar o del querer (lo que nos lleva a la buena voluntad), y la Ley, siendo
el principio objetivo o la ley práctica. A partir de aquí, creo ya pertinente
citar el imperativo categórico, dice Kant: “El imperativo categórico es, pues,
único, y es como sigue: obra sólo según
una máxima tal que puedas querer que al mismo tiempo se torne ley universal”[5][5] Ahora bien, en virtud de conocer el imperativo categórico, tenemos ya el
fondo del tema que nos proponemos discernir aquí: la mentira. Si notamos antes,
que el imperativo exige que la máxima de la acción se “quiera” como ley
universal. La mentira, en efecto, está excluida completamente de la ética
kantiana. Esto quiere decir que no importa si hablamos de ciertos casos o de
ciertas personas (clases o elites) en que se pueda considerar permitida la
mentira. Si así fuera, el acto no sería moral bajo los cánones que dicta Kant,
sino a-moral.

La significación de esto es muy importante, porque
desde el punto de vista que nos provee el imperativo categórico kantiano, no
existe ninguna flexibilidad o términos medios una vez que la máxima ha sido
tomada y propuesta como ley universal. Por lo tanto, “Nunca mentir” a pesar de
la circunstancia en la que se encuentra el sujeto involucrado, es a lo que nos
dirige la propuesta de Kant. Otra modo de apreciarlo, si se quiere, es si
elevamos a ley la máxima de la mentira, pero siempre y cuando no se dañe a
nadie (mentiras blancas o piadosas como solemos conocerlas). Sin embargo,
incluso así, aunque no se dañe al otro, se estaría en posibilidad de llamarle
al acto a-moral, y por ende está excluido del imperativo en sí, que ve a la
persona como fin, o no únicamente como medio. Una mentira piadosa, entonces,
actúa antes como medio, sin duda, pero no como fin.
Así pues, la incondicionalidad y el mandato del
imperativo disuelven los términos medios de la acción. Por lo tanto, se
concluye que: “si bien puedo querer la mentira, no puede querer una ley
universal del mentir”[7][7] Lo mismo se
repite en otros ejemplos, como: el asesinato, el suicidio, el robo, etc. Actos
que, desde el punto de vista regulativo, son nocivos para el equilibrio social,
y que por supuesto en Kant, se vuelve tan rígida su prohibición, que no existe
cabida para ellos, pero siempre y cuando sean tomados como mandatos de la razón
pura práctica.
Hasta aquí, me parece que hemos ahondado en los
puntos que consideramos importantes de la ética de Kant para apreciar por qué
la mentira no tiene cabida en la formalidad del imperativo categórico. Pero esto
ha sido sólo una parte de nuestro estudio, lo que sigue, corre en dirección
contraria. Al pasar la línea de la conceptualización y racionalidad de la
filosofía, para adentrarnos en el mundo imaginario de la literatura, buscaremos
una manera distinta de ver el problema de la mentira. Procedamos pues, a
reflexionar el cuento “La salud de los enfermos” de Julio Cortázar.
2.- El encubrimiento de la verdad en la trama
narrativa de Julio Cortázar.
La literatura, en muchos sentidos, tiende a
considerarse como una calca (mimesis)
de la vida humana, no para verla sólo a lo lejos, sino para comprenderla mejor.
No obstante, para Mario Vargas Llosa, esto no sería cierto del todo, por
ejemplo, en La verdad de las mentiras,
afirma el escritor peruano, más bien, que la literatura es un montaje, un
engaño, y no una imitación. Pero también agrega que, a pesar de que sea un
engaño, dicho engaño en manos de un ágil y versado narrador, se convierte en
verdad (de ello depende la experiencia literaria que pretende vivir el lector).
En Julio Cortázar, a mi parecer, ambas opiniones confluyen. La narrativa
cortazariana convive muy bien con las dos partes. La monumental novela de Rayuela, por ejemplo, es el manifiesto
tácito del engaño y la verdad. Pero Rayuela,
cierto, es sólo un ejemplo que se pone aquí, ya que Rayuela no agotó ni la imaginación ni las reflexiones éticas y
sociales que podemos discernir en otras obras narrativas de Julio Cortázar. Todos los fuegos el fuego, es un libro
que reúne varios cuentos en donde se incluye el que aquí trataremos: “La salud
de los enfermos”.

Aquí podríamos reflexionar mucho, es verdad, pero
no es el caso para tratar aquí. No es entonces en la lógica donde está la
respuesta, sino en lo que la retórica llama oxímoron, es decir, aquello que
linda entre la metáfora y la poesía. Y esto es lo que más se aproxima al
titulo; así que yo me inclino a pensar, antes bien, que Cortázar nos arroja la
idea de una especie de salud moral (de una conciencia moral tranquila), en un
cuerpo enfermo, o al revés, una enfermedad moral (remordimiento), en un cuerpo
sano. La primera a modo de ver, compete a la protagonista del cuento, la mamá y
la segunda, a la familia de ésta.
Ahora bien, si partimos de lo dicho, ya nos
introducirnos, a grandes rasgos en la problemática a tratar aquí: la mentira y
la ética que implica. Pero para ir más a detalle, ahondemos en el problema,
pero ya apegados al cuento de Cortázar. Imaginemos, por un momento, que la vida
de un familiar nuestro, muy querido, se podría comprometer si se enterase de
una noticia grave. ¿Qué se haría en el mejor de los casos? Aquí empieza la
bomba que propone Cortázar. ¿Desviar la noticia y mentir, o decirle al familiar
la verdad? Quizá muchos nos inclinaríamos por la primera opción, si queremos a
la persona en serio. Se podría incluso decir que el sentido común así lo
impone, aunque se halle distante de un imperativo categórico. Pues bien, este
es básicamente el marco general en el que gira la trama de “La salud de los
enfermos”.
Por lo tanto, lo que hace Julio Cortázar con su
cuento, es describirnos una de las tantas familias argentinas (que bien puede
ser una familia mexicana o cualquier otra familia latina) que guardan en su
núcleo un fuerte apego afectivo. El inconveniente está, en que uno de los
miembros más importantes de esta familia, que es la “mamá”, tiene una
enfermedad delicada que le impide recibir emociones enérgicas porque agravarían
su estado de salud. Así inicia el primer punto de la narración.
“Cuando inesperadamente tía Clelia se sintió mal, en la familia hubo un
momento de pánico y por varias horas nadie fue capaza de reaccionar y discutir
un plan de acción, ni siquiera tío Roque que encontraba siempre la salida más
atinada. A Carlos lo llamaron por teléfono a la oficina, Rosa y Pepe
despidieron a los alumnos de piano y solfeo, hasta tía Clelia se preocupó más
por mamá que por ella misma. Estaba segura de que lo que sentía no era grave,
pero a mamá no se le podían dar noticias inquietantes con su presión y su
azúcar, de sobra sabían todos que el doctor Bonifaz había sido el primero en
comprender y aprobar que le ocultaran a mamá lo de Alejandro.”[8][8]
Se puede apreciar en la cita, en primer lugar, como
el relato no lo da un narrador omnipresente que todo lo ve, sino que lo
proporciona uno de los hijos de la mamá (de la cual nunca se dice el nombre)
para dar parte del conflicto y de la historia. Así, la línea narrativa que
desarrolla Cortázar se encuentra en tres puntos de tensión: la familia, la
mamá, y el hijo de ésta que ha fallecido. Ahora, tomamos a la “familia” como un
agente o personaje independiente, por mucho que cada uno sus componentes cumpla
con una labor en el cuento, ya que, en un sentido amplio, la familia aunque
incluyan a la mamá y al hijo fallecido, en la narración toman cierta distancia
para ahondar con mayor soltura en el problema psicológico y ético de la
mentira.
Ahora bien, la tensión o conflicto de las tres
partes, cobra sentido por lo que se desprende de ello. Como dije, en ningún
momento Cortázar nos da el nombre de la mamá, tampoco del hijo que será nuestro
narrador (el cual por igual está involucrado), así que hay, desde el principio
un encubrimiento (que cada lector puede interpretar a su manera) de dos
nombres, pero no de los demás participantes. Por ejemplo, los tíos: tía Clelia,
tío Roque, o el de Maria Laura, que funge como la novia de Alejandro, el hijo
fallecido, también tenemos el apellido del Doctor de la familia (Bonifaz), y el
de Carlos, otro hijo de la protagonista.
Sin embargo, cada uno de estos personajes que sí
nos revela Cortázar, van cumplir una función en la trama. A cada uno, pues, les
será encomendada una parte de la mentira propuesta con el fin de ocultar la
muerte inesperada de Alejandro a su madre. Quizá en algunas ocasiones nos
podemos preguntar hasta qué punto es viable mentir cuando se puede tener
distancia de la mentira. Pero otras tantas, las más, la evasión de nuestros
asuntos lo hacemos, de facto, por simple protección de intereses o por buscar
algún fin que nos beneficie de alguna u otra manera. En este caso, la mentira
que gira en torno a la figura de Alejandro y su madre, busca un fin. Cierto,
pero el fin en todo caso no aparece aquí con “mala fe”, como diría Sartre. Lo
que se busca, más bien, es no ocasionar un daño peor. Si la mamá está enferma,
y una noticia que se considerara fuerte la puede llevar al declive seguro, ¿qué
razón habría para hacerle ese daño? Para la familia ninguna, por ello es que no
se vea malicia en el círculo de cada uno de los familiares que disponen la
mentira. Incluso el médico Bonifaz (una clara figura paternalista en la trama)
lo recomienda.
Con esto vemos la parte práctica, digamos, de la
vida misma y no a priori de un
problema que tiene inserto en la historia humana muchísimo tiempo: “La idea de
preparar a mamá, de insinuarle que Alejandro estaba levemente herido, no se les
había ocurrido siquiera después de las prevenciones del doctor Bonifaz. Hasta
María Laura, más allá de toda comprensión es esas primeras horas, había
admitido que no era posible darle la noticia a mamá. Carlos y el padre de María
Laura viajaron al Uruguay para traer el cuerpo de Alejandro, mientras la
familia cuidaba como siempre de mamá que ese día estaba dolorida y difícil.”[9][9]
Como se puede observar, para el círculo familiar de
la narración cortazariana, la problemática es compleja; esto es, por una parte,
hay que esconderle a mamá que su hijo Alejandro ha muerto (lo que en sí ya es
una noticia delicada para cualquier madre incluso sin padecer enfermedad
alguna), y por el otro, olvidamos que ellos mismos (la familia) cargan con el
dolor de la perdida, la cual tienen que soportar fingiendo que no ha existido
tal cosa. Tío Roque, que representa la parte racional del cuento, es quien
juega un papel central. En él recaerá la responsabilidad de asegurar los puntos
concretos en los que se va desarrollar la “nueva verdad”. El primer paso a dar,
es simple, trazar un plan. El segundo, perfeccionar dicho plan (llamémosle: el
guión) para que la armonía de la historia se cumpla. Porque, en efecto, no sólo
se trata de comprender el guión que armaran, sino de vivirlo.
“[…] todos estuvieron de acuerdo con el tío Roque. Fue así como una
empresa brasileña contrató a Alejandro para que pasara un año en Recife, y
Alejandro tuvo que renunciar en pocas horas a sus breves vacaciones en casa del
ingeniero amigo, hacer su valija y saltar al primer avión. Mamá tenía que
comprender que eran nuevos tiempos, que los industriales no entendían de
sentimientos, pero Alejandro ya encontraría la manera de tomarse una semana de
vacaciones a mitad del año y bajar a Buenos Aires”[10][10]
Con esta cita, ya entramos de lleno en lo que será a lo largo del cuento la mentira a sostener. El acuerdo y la invención de una historia que no tiene realidad, será así, y por el tiempo necesario, la única y terminante verdad para la familia, es decir, que Alejandro fue contratado por una empresa extranjera que lo separará un año más de la familia, dejando así su muerte de lado, lo que significa que de ahí en adelante Alejandro vivirá para ellos y para su mamá, como relato, como ficción.
Ahora bien, mientras más nos internamos en la
lectura de este cuento, uno puede constatar de cómo va a ser empleada la
mentira de modo minucioso, con tal de que la mamá no sospeche nada. Y así será
que todos los medios se ponen en juego, la familia hace cuanto puede, como si
fuera el armazón de su propio cuento, así que escriben cartas, por supuesto
inventadas, que manda Alejandro a su mamá contándole de su nuevo rol, de su
vida, y de la empresa en la que labora, etc. Falsifican firmas, telegramas,
ignoran las llamadas que exige la madre de su hijo con pretextos siempre
razonables. Pero incluso así, no todo se da a la perfección. Porque surge un
detalle, un tropiezo. María Laura, quien fuera novia de Alejandro, en un
momento, titubea ante la mamá cuando ésta nota algo raro en sus palabras. En
efecto, a María Laura se le corta la voz cuando la mamá le pregunta por
Alejandro. Aún, para ella, es joven el duelo que vive, así que, el dolor que le
produjo la pérdida de su novio, pero también la inocencia con la que la madre
de Alejandro piensa que está vivo, le producen a María Laura una especie de
neurosis frente a la espectadora del relato.
Aquí es que se da un lapso complicado en la
historia, por lo que el resto de la familia, al darse cuenta de lo sucedido, se
ve en la penosa necesidad de excluir a María Laura de la narración. Un actor,
que no se crea su papel, que no sienta y viva su papel, es un mal actor. Y el
espectador se da plenamente cuenta de eso. Un actor debe comulgar con la vida
que representa por el simple hecho de que esa vida ha sido transfigurada hacia
él. Si María Laura titubeó ante la mamá, fue porque su papel no fue vivido tal
como se le había exigido. Se le fue de la mano y la emoción le sobrepasó. No
fue, en sentido estricto, problema del guión (plan de la familia), sino del
actor.
Pero a pesar de este tropiezo, el hilo de la trama
se va a recobrar y la historia de nuevo empieza a fluir. Así, la mentira poco a
poco se va nuevamente sincronizando, minuciosamente, con la narración. Sin
embargo, cuando todo parece llegar a su culminación, y cuando más estamos
convencidos de que todo fue un éxito, Cortázar nos invierte el rol. Si bien es
cierto que en su momento la mentira intenta proteger de una pena mayor, ahora
la mentira suple la propia vida de los actores. Esta es la característica de un
personaje como Don Quijote, en donde la mentira que vive el famoso hidalgo, no
es tal, sino que la mentira es tan fuertemente arraigada en él, que se vuelve
una completa verdad, por lo menos para su protagonista. Se lee en el cuento:
“La rutina los abarcaba a todos, y para Rosa
telefonear a un agujero negro en el extremo del hilo era simple y cotidiano
como para tío Roque seguir leyendo falsos telegramas sobre un fondo de anuncios
de remates o noticias de fútbol, o para Carlos entrara con las anécdotas de su
vista a la quinta de Olavarría y los paquetes de frutas que les mandaban
Manolita y tía Clelia. Ni siquiera. Ni siquiera durante los últimos meses de
mamá cambiaron las costumbres, aunque poca importancia tuviera ya. El doctor
Bonifaz les dijo que por suerte mamá no sufriría nada y que se apagaría sin
sentirlo. Pero mamá se mantuvo lúcida hasta el fin, cuando ya los hijos la
rodeaban sin poder fingir lo que sentían.
—Qué buenos fueron todos conmigo —dijo mamá con ternura—. Todo ese
trabajo que se tomaron para que no sufriera.“[11][11]
Con
estas últimas palabras, ahora nos preguntamos nosotros: ¿quién mintió a quién?
Finalmente el objetivo por parte de la familia llegó a su meta. Pero sucede que
la mamá les hace ver a los involucrados, sutilmente, que ella sabía que mentían
(podemos pensar que por culpa de María Laura, aunque ello no es claro del
todo), mientras ellos se convencían cada vez más del relato que habían
construido. De cualquier modo, tanto la mamá como la familia, al final, se
mintieron, encubrieron, mejor dicho, una verdad para no hacer daño a nadie. Lo
que resalta, en última instancia, es precisamente que cada cual vivió a su modo
la mentira. Los involucrados del cuento, a mi modo de ver, se nos presentan en su
humanidad, ya que lo que hicieron, lo hicieron orillados por un sentimiento de
cariño; y si bien la mamá queda en paz, no puede decirse lo mismo de la
familia, por mucho que su acción haya sido la correcta.
Veamos ahora como el maestro de la narrativa, Julio
Cortázar, remata su historia dando de manera global una idea puntiaguda que nos
hace pensar, básicamente, que la mentira es un asunto moral y ético, sí, pero
también temporal, ya que, entre más tiempo la mentira se instale en los
sujetos, está más orillada a convertirse en verdad. Por ejemplo, cuando
Alejandro cobró vida en la narración de la familia, fue precisamente cuando la
mentira se mezcló con la realidad, porque, al final del cuento, la pregunta
inmediata será ahora inversa, es decir, cómo Alejandro, (se invierte el papel)
tomará la noticia de que ha muerto su mamá.
“Tres días después del entierro llegó la última
carta de Alejandro, donde como siempre preguntaba por la salud de mamá y de tía
Clelia. Rosa, que la había recibido, la abrió y empezó a leerla sin pensar, y
cuando levantó la vista porque de golpe las lágrimas la cegaban, se dio cuenta
de que mientras leía había estado pensando en cómo habría que darle a Alejandro
la noticia de la muerte de mamá”[12][12]
Conclusiones
Con lo visto anteriormente, tratamos de hacer
explicito que, a nuestro parecer, uno de los problemas éticos más atrayentes,
es el de la mentira. Sus consecuencias a nivel social e individual, son muchas.
Desde el beneficio hasta la exclusión. Pero dicho sea de paso, no hay manera de
eludir el hecho de que la mentira, en cualquier faceta que tenga, es un asunto
que lleva implícito una connotación de desprecio. En los planteamientos que
vimos con anterioridad, apreciamos dos posturas completamente distintas, tanto
en discurso como en contenido. Es claro que la postura de Kant, es inflexible,
y desde esa tónica, la mentira está excluida. No queda lugar para ella en el
reino de los fines. Si así fuera, no sólo habría una contradicción bajo la
tópica del imperativo categórico, sino simple y sencillamente la máxima que
buscase la universalidad de la mentira, sería una máxima poco moral.
Lo importante aquí, es que Kant lleva a su más
acabada expresión conceptual, lo que la historia humana se ha encargado de
enfatizar siempre: no mentir. Las pretéritas civilizaciones establecieron
cánones que dirimían la prohibición de mentir (morales comunes). Cosa que han
heredado a su descendencia. El nexo social, político y jurídico depende de
dicha imposición. Pero tal imposición supone, a su vez, que el ser humano es
mentiroso en potencia. Y que, por lo tanto, hay una relativa facilidad de hacer
efectiva una mentira cuando surge la menor oportunidad. De ahí que, el
ejercicio de poner un límite a la mentira se cumple sin cuestionamiento alguno,
es decir, se nos enseña que cultivar la veracidad de las palabras y nuestros
actos desde muy temprana edad es uno de los acuerdos por antonomasia de la
sociedad (político). El código moral simple y sencillamente dicta que mentir es
malo: daña al otro. La cultura es, como bien explica Paul Ricoeur en su
interpretación de Freud, la representación general de lo que en la
individualidad funge como el superyó, la consciencia moral. Es la oposición
entre querer y poder.
Ahora bien, “mentir”, sin mucho problema, es la forma más común de especificar, que dicho acto, esconde una
verdad, o construye algo que no es. Justamente esto implicaría, por otra parte,
que no haya mentiroso que no conozca la verdad. Incluso en la ignorancia de
ella. No se puede mentir sin este principio a menos que el mentiroso desde un
inicio confunda la mentira con la veracidad (algo patológico). Ahora, si este
no es el caso y por ejemplo se ignora la verdad, como se dijo antes, lo que se
espera es que quien ignora sea cauto y muestre sinceridad al decir que ignora
cierta cosa, y no que haga como que sabe, porque si a si sucediera, es decir,
que bajo la ignorancia el sujeto tomara un papel de que sabe lo que no, dando
un discurso ajeno o construido, entonces tendríamos una mentira. Pero nótese
que de cualquier modo el mentiroso que así actuara también conocería la verdad,
y es su ignorancia. ¿Pero qué orilla a mentir? lo que orilla a mentir, depende,
en último término, de la psicología del sujeto. Cierto, y desde ahí no queda más
que expresar que los motivos pueden ser variados para tal acción: desde el
miedo, la ambición, la mala fe, o simple y sencillamente por el goce de evadir
la verdad, pero en todo caso la mentira se instala de muchas formas en el
discurso de los sujetos.
Así que se prohíbe mentir bajo el imperativo de que
no hay nada que se forje política y socialmente si se toma como principio
rector la mentira, dado que se rompería la amalgama social que se centra en la
confianza hacia el otro. Pero esto no es tan claro. Ya que las tradiciones
políticas que se han fundado bajo el principio de la mentira, son todo un
hecho. El propio Maquiavelo en El
Príncipe lo avala en razón de conservar el poder del gobernante. La
política así, se puede ver como un lugar en donde la mentira prevalece casi de
manera natural en el discurso que se practica (demagogia). A este tipo de
mentira, será lo que el filósofo Sergio Pérez Cortes llama una inmoralidad
necesaria[13][13].
En este sentido, baste decir que en México, durante
mucho tiempo, sus gobernantes y los intelectuales orgánicos del Estado, se
dieron a la tarea de construir una Historia oficial con sus propios mitos (que
poco a poco se ha ido derribando) que sirvió para fines de poder. Aunque esto
sería quizá un caso ya no tan demandado ahora, por mucho que tenga
repercusiones serias, concretamente en el imaginario popular. No obstante,
Cortázar lo que nos regala en “La salud de los enfermos”, es una circunstancia
de tal modo construida narrativamente que la mentira es aceptada. Recordemos
que una figura de autoridad y paternalista en el cuento, que es el médico que
atiende a la mamá de Alejandro, valida la mentira.
Así que desde ahí la mentira ya no la vemos como
algo perjudicial. En principio, porque no se miente con malicia, al contrario,
la mentira en este caso busca un bien, salvaguardar la vida de un ser querido,
por demás importante, que es de la mamá. Lejos de un imperativo categórico,
aquí surge el mundo realmente humano para Cortázar, no el formal de Kant. Con
ello las posibilidades de reflexión se llevan al terreno de lo real. Lo que
explica Sartre, teniendo en consideración la idea de la libertad, es que dadas
las posibilidades que se tienen de actuar, y en este caso de mentir, la
“responsabilidad” es sustancial al hecho en sí. Toda consecuencia que venga de
la mentira implica una responsabilidad por parte del que lo hace. En Cortázar,
me parece que se pone esto en juego. La familia que nos describe sabe que si la
mamá descubre la verdad, las consecuencias serán aún peores (cosa que sucede en
el cuento), pero con todo, deciden correr ese riesgo. Hacen efectiva la
responsabilidad de su acto, y así es que montan una trama que al final, no los
deja tan satisfechos.
Y esto, básicamente porque fue tanta y tan seguida
la práctica de la mentira, que como recordamos, al final su propia mentira se
vuelve una verdad para ellos (mas no para la mamá), o por lo menos, confunden
lo cierto con la mentira que construyeron. Para nosotros el ejemplo de “La
salud de los enfermos” retoma el hecho de la responsabilidad, pero también de
la “intención”. ¿Cómo se dirige la mentira y para qué?, cumple con lo que
podemos llamar la intencionalidad
misma del acto de mentir. Es la premeditación del acto en sí. Dicho de otro
modo, la intención y la premeditación de la mentira tiene un fin: ya sea
esquivar o dañar al otro.
Sin embargo, el imperativo categórico, muy apegado
en su constructo a la parte lógica, impide mentir inflexiblemente, proyectando
por delante el plano formal, del que tanto se mofaba Schopenhauer. Pero la vida
en su contingencia, como se dijo, a pesar del repudio y la prohibición, y de
los grandes códigos éticos o morales, de ningún modo ha excluido la mentira de
nuestra humanidad. Así que, podríamos decir, la prudencia y la aceptación de
las consecuencias del acto de mentir, pareciera ser un modo adecuado al
problema práctico que envuelve la mentira, porque no la podemos eliminar. Por
lo tanto, si bien es indeseable mentir porque contradice la estructura y el
orden de lo social, en algunos casos (que pueden sumar muchísimos) como en el
cuento de Cortázar, sería mejor hacerlo, es decir, la mentira se quiere. Aunque
pese a ello, la enseñanza de nuestro escritor, al respecto, redundaría en que
no se vicie la mentira, esto es, sin que se haga de ella un hábito o un medio
que implique dañar al prójimo premeditadamente. En todo caso, el lector sacará
sus propias conclusiones.
[1][1] El termino moral (del latín, mos, moris,
significa costumbre), tanto como sustantivo, o como artículo determinado, alude
a un conjunto de preceptos, mandatos, prohibiciones, patrones de conducta,
etc.., que forma parte de los modos de vida de una sociedad en un determinado
contexto histórico.
[2][2] Ética, con
mayúsculas (aunque aquí lo escribiremos con minúscula), proviene del griego ethos, que significó originalmente
morada, aunque, posteriormente pasó a ser la disciplina teórica, filosófica,
que se ocupa de los fenómenos morales en general.
[4][4] Kant, Manuel, Fundamentación de la metafísica de las costumbres y Crítica de la razón práctica, ed,
Porrúa, México, 2004, p, 42.
[6][6] Cfr, Pérez Cortés, Sergio, La prohibición de mentir, ed, UAM y
Siglo XXI, México, 1998, p, 137.
[8][8] Cortázar Julio, La salud de los
enfermos, en Todos los fuego es fuego,
ed, Alfaguara, México, 2000, p, 43.
[9][9] Cortázar
Julio, La salud de los enfermos, en, Todos
los fuegos el fuego, ed, Alfaguara, México, 2000, pp, 44 y 45.
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