Breve reflexión en
torno a la filosofía como inquietud de sí
desde la postura de Michel Foucault.
Por: Paola María del Consuelo Cruz Sánchez
I.

La
postura foucaultiana va en contra de toda visión de la filosofía como un
ejercicio de preguntas atemporales y predeterminadas en las que hacer filosofía
consistiría en regresar a ellas constantemente, de modo que lo diverso de la
misma, a saber, su historia, dependería de las múltiples respuestas que se han
otorgado a esas preguntas a lo largo del tiempo. Pero, ¿qué sucede si por ejemplo, la pregunta que
interroga por el ser, nunca ha sido la misma sino cada vez distinta? ¿Qué
sucede si las preguntas no dependen estrictamente de su campo de pensamiento
sino de quién, cómo y dónde son planteadas? Entonces, ninguna de ellas es
idéntica a otra aun cuando se enuncien igual. Indagar la relevancia de saber
que no sólo las respuestas filosóficas a “problemas filosóficos” son
diferentes, sino que las preguntas también lo son, es oportuno.
A
mi entender, este planteamiento es uno de los grandes aportes de la filosofía
contemporánea, en ella, el campo de discusión es abierto, como un ejercicio de
defensa de las inquietudes personales, sin hacer a un lado la rigurosidad del
quehacer filosófico. En este breve escrito tengo como intención mostrar la estima
de reconsiderar la labor filosófica desde la inquietud de sí, como una liberación de todo aquello que nos impide
atrevernos a abordar las preguntas que han acompañado nuestras vidas. Para
lograrlo, esbozaré qué entiendo por inquietud
de sí y cómo ésta reconfigura el modo de hacer investigación en
humanidades, particularmente en filosofía.
II.
Como
habíamos mencionado, para Foucault, el quehacer filosófico está directamente
ligado al problema de la verdad. Por ello, los modos de hacer filosofía
desvelan las concepciones de dicha problemática. La visión del filósofo contempla
dos grandes grupos. Describe al primer grupo, como aquellos que se acercan a la
verdad desde la certeza de poder iluminarla a través de su subjetividad. La
verdad es externa a la subjetividad y por ello, llega al final del proceso
epistémico, como la coronación del acto de conocer. Hallarla no es una cuestión
de inquietudes individualidades, sino es una cuestión de método.
Sobrepasar
la individualidad a través del método, hizo de la existencia el fundamento del
saber y de la subjetividad una evidencia universal. La duda que duda para no
dudar más, transformó el conócete a ti
mismo, en una certeza absoluta, sobrepasando los límites de la personalidad.
De manera general, podemos afirmar que este modo de hacer filosofía privilegia
o sobrecarga la gnosis y le otorga la
soberanía en el acceso a la verdad. (cfr., op.
cit., 2012:35)
Cabe
aclarar, que Foucault no estaría en contra de que hacer filosofía implica
conocer, sino de la soberanía del acto del conocimiento sobre el proceso de acceso
a la verdad. Puesto que ello supone que esta última puede, primeramente, ser
alcanzada, y segundo, que puede ser alcanzada a través de una serie de reglas.
Lo cual traería consigo la anulación de la particularidad de las preguntas, de
las épocas, de los problemas y las respuestas filosóficas. Este modo de
acercarse a la verdad le enuncia como estática y externa al sujeto; hallar el método
idóneo para desvelarla es lo más importante, pero el método y su descubrimiento
no dependen de este o aquel sujeto estrictamente, lo radicalmente importante es
su buen uso. Uso que incluye la aceptación de las preguntas a las que éste
puede responder.
El
conocimiento es inherente al quehacer filosófico, pero ello no hace supremo el
acto del conocer sobre las inquietudes del que desea encontrar la verdad. De
modo que pueden haber múltiples formas de aproximarse al problema de la verdad
en el que no sólo se privilegie su carácter epistémico. Foucault propone la
filosofía como inquietud de sí.
La
inquietud de sí fue uno de los temas
recurrentes de la reflexión foucaultiana. Particularmente, dedicó el tercer
tomo de la Historia de la Sexualidad,
así como su seminario de los años 81 al 82 a esta temática, seminario que
tituló La Hermenéutica del sujeto. En él aborda el problema del sujeto y la
verdad desde la noción mencionada. El pensador ubica la inquietud de sí en la tradición griega, afirma que acompañaba al
conócete a ti mismo, pero fue esta
última noción la que pasó con más fuerza a la historia. Gran parte del texto está
dedicado a mostrar las razones por las cuales el conócete a ti mismo cobró relevancia sobre la inquietud de sí, esto, desde su ya conocida postura de los saberes
sometidos. Algunas otras intenciones giran en torno a mostrar la importancia de
su recuperación. Asimismo, muestra cómo dicha concepción ha sido transformada,
retomada, reconfigurada, oculta, a fin de enunciar su propuesta de reivindicación.
La
inquietud de sí, afirma el pensador,
fungía, en el mundo griego antiguo, como un conjunto de prácticas, no
estrictamente como un concepto. Pertenecía a la cotidianidad, por ello, su liga
con un quehacer epistémico no era directa. Ésta iniciaba en el cuidado de sí, tanto
físico como intelectual, por ello, dependía de una condición privilegiada. Lo
cual no es una fórmula, una vida privilegiada no da como resultado
necesariamente una vida filosófica. En general, el cuidado de sí consiste en un redireccionamiento de nuestra mirada
hacia nosotros mismos, nos convertirnos en nuestro objeto de estudio.
Tornar
la mirada no es nada sencillo, sobre todo cuando la mayor parte de nuestras
vidas transcurre evitándonos. Hay un cúmulo de distractores que impiden que
lleguemos a nosotros. Por lo cual, la inquietud
de sí es necesariamente un primer despertar a la inquietud, que en lo
futuro se convertirá en un “principio de agitación, principio de movimiento,
(pero sobretodo) un principio de desasosiego permanente a lo largo de la vida.”
(op. cit., 24) En algún sentido, hacer
filosofía es un ejercicio terapéutico para curar dicho desasosiego.
Por
otro lado, la inquietud de sí se
manifiesta como un cambio de actitud respecto de sí. Al ser un ejercicio de apropiación
de nosotros mismos, modifica nuestro modo de mirar, cambia lo exterior por lo
interior. Esta inquietud peculiar, muestra el deseo de prestar atención a lo
que pensamos, a lo que acontece en nuestro pensamiento. Constituye una
invitación a dar un salto de lo exterior a lo interior. Salto que nos obliga a
dejar de ocuparnos de los discursos de los otros sin la conciencia de las
preguntas con las que llegamos a ellos. Ocuparnos de nuestro propio discurrir
implica saber qué nos inquieta. Trabajo que incluye una serie de acciones que
uno ejerce sobre sí mismo, a su vez, una trasformación de las relaciones que
entablo con los demás. La inquietud de sí
como un ejercicio filosófico es una labor de modificación, de
transformación, de transfiguración de aquel que desea acceder a la verdad.
Antes
de continuar, debemos hacer una diferenciación y una advertencia. Cuando
hablamos de inquietud de sí, no podemos
desviarnos y pasar del cuidado de sí a la voluptuosidad de nosotros mismos, a
rendirnos culto. Tampoco podemos reducir el ejercicio filosófico al seguimiento
de las “coordenadas de nuestro corazón”, o incluso acentuarla como la acción de
retrotraernos a un grado tal, que el otro desapareciera. Es menester por ello,
hacer algunas precisiones en torno a la inquietud
de sí como trabajo filosófico.
La
filosofía como inquietud de sí, según
Foucault, es un ejercicio de espiritualidad. Entendiendo por espiritualidad un
cambio en la postura del sujeto ante la verdad, él se sabe como incapaz de
alcanzarla así como es. Esto significa que la verdad no se desvela por un mero
acto de conocimiento sustentado en la estructura del sujeto. La filosofía como
espiritualidad reconoce que el acceso a la verdad transforma y modifica al
sujeto. Dicho acceso es un transe, un movimiento, un desplazamiento de nuestras
visiones de mundo. En general, el que filosofa pone en juego su propio ser. La
verdad se desvela mientras se busca.

Me
gustaría ilustrar lo anterior con un pasaje bíblico. Pasaje en el que Moisés recibe
las tablas de la Ley. Primero, le fue encomendado alisar dos tablas de piedra
en las que sería escrito lo que Dios había de decirle. (Éx. 34:1) Al tiempo que
debía estar apercibido para ascender al Monte Sinaí donde recibiría dicha
enseñanza. (Éx. 34: 2-4) Después de un largo diálogo con Dios, Él le pide
transmita dicha comunicación al resto del pueblo a su descenso, pues ello
fundamentará el pacto entre ambos. Por ello, Moisés debe redactar. Las diez
palabras, resultado de su conversación, no pueden ser escritas de la manera en
que le fueron dichas, sino que debe hacer un esfuerzo por concretarlas. Dicho
esfuerzo, duró 40 días y 40 noches en los que Moisés estuvo en ayuno. A su
descenso, los que le vieron no le reconocieron. La narración describe que la
tez del rostro de Moisés era resplandeciente. (Éx. 34: 30)
El
pasaje sirve para mostrar que el camino hacia la verdad condiciona su
encuentro. Todas las acciones que ejercemos sobre nosotros para encontrarla
transforman nuestra percepción del mundo, de los otros y principalmente de
nosotros mismos. La verdad no le pertenece a nadie, la búsqueda de la misma es
labor filosófica, el modo de arribo muestra la personalidad de quien indaga,
asimismo condiciona el modo de hallarla. Moisés trabajó arduamente sobre las
diez palabras, dicho trabajo lo reconfiguró. Él se hizo responsable de su
regreso. La inquietud de sí como un
modo de hacer filosofía es siempre un ejercicio de transformación contextual.
III.
Por
último, a modo de conclusión, quisiera hacer algunas precisiones en torno a la
importancia de la inquietud de sí en
el desarrollo de las investigaciones en humanidades. Si la inquietud de sí es el rescate de los cuestionamientos personales o
colectivos, con la intención de consolidar propuestas de estudio que los
respondan y transformen así el ser de quien los trabaja, éstos a su vez hacen
emerger problemas cotidianos, a modo de denuncia, los cuales exigen ser
atendidos.
La
discontinuidad hallada nos permite reflexionar a su vez, en torno a los
criterios que usamos para describirla, las nociones que están detrás de los
problemas que planteamos, lo cual posibilita, situarnos al tiempo que
elucidamos su legitimidad y pertinencia. Pero no sólo eso, nos damos cuenta que
el modo de hacer y ser de la pregunta, constituye el instrumento para
abordarla. No hay disociación entre lo que se estudia y cómo se hace.
La
inquietud de sí es siempre una
pregunta situada, “lo cual significa que no se puede hablar en cualquier época
de cualquier cosa”, (Foucault, 2011:63) emerge en un contexto específico y
atiende a alguna fractura de la configuración de nuestros mundos. Nuestros
cuestionamientos reparan en problemáticas y contradicciones urgentes. El
proceso de reivindicación de dichas interrogaciones hace visible el umbral en
el que se gesta la fractura, la contradicción, el corte, etc., proceso que
modifica lo personal y por ende, lo colectivo.
La
discontinuidad foucaultiana es una noción paradójica, a la vez es instrumento y
objeto de investigación. Es un transitar del obstáculo a la práctica. Constituye
una invitación a liberarnos del cúmulo de problemas heredados por la tradición
disciplinar y pensar nuestro propio pensamiento, nuestras dudas y sustentarlas,
incluirlas en nuestro trabajo como el gran Otro marginado. Asimismo, es una
invitación a habituarse a pensar las ideas propias, de modo educativo y
formativo contrario a un modo discipular. Ganándonos así un derecho a escribir.
Fuentes Consultadas:
Foucault, M. (2009): Una lectura de Kant. Introducción a la
antropología en sentido pragmático. Argentina: Siglo XXI editores.
_______, (2011): La arqueología del saber. México: Siglo
XXI editores.
_______, (2012): La hermenéutica del sujeto. Curso en el
Collége de France (1981-1982). México: FCE.
Reina Valera. Biblia. (1909)
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