jueves, 30 de mayo de 2013

Un racismo enmascarado de belleza: política y esteticismo en José Vasconcelos, un acercamiento a La raza cósmica y el Timón

     Por: Luis Manuel Veloz

Y no le quedó a Nietzsche en su soledad ascética otro compañero que el sarcasmo. Imitadores indignos han tomado del filósofo las frases que simulan odio. No comprenden que el odio que no daña, el odio limpio que purifica, es privilegio exclusivo del alma que ha sido capaz de amores grandes, excelsos.
José Vasconcelos, Manual de filosofía.

Introducción


  José Vasconcelos, no cabe duda, fue un personaje que dividió la esfera de la opinión pública, adulado por unos, vituperado por otros; en todo caso, desde la primera década del siglo pasado y hasta los años 50, José Vasconcelos estuvo al centro de múltiples polémicas. En las líneas que a continuación siguen, nuestro objetivo está orientado a dar una breve reflexión en torno a la postura que tomó Vasconcelos en el plano político, a través de dos momentos importantes, la publicación de La raza cósmica por un lado, y la aparición de la revista Timón por el otro. Quiero aclarar, por supuesto, que la reflexión de ningún modo pretende ser exhaustiva, sino sólo un acercamiento a las polémicas que ha motivado esta parte de la vida y obra de José Vasconcelos.

I
En filosofía es ya común catalogar a ciertos filósofos, desde un punto de vista histórico-referencial en razón de sus obras, pongamos por caso al joven Hegel, autor de los Esbozos del espíritu del cristianismo, y al otro Hegel, autor de la Fenomenología del espíritu y la Ciencia de la lógica (como un segundo momento según Dilthey), o bien, el primer Wittgenstein, autor del Tractatus, y el segundo Wittgenstein, autor de las Investigaciones filosóficas, etc. En el caso de Vasconcelos, guardando el paralelismo, es factible decir lo mismo en tanto que su obra se divide en dos momentos, y en dos momentos también se aprecia la ambigüedad de las posturas que asume desde un enfoque político. Por tanto, hablar de un primer José Vasconcelos, es hablar de un intelectual icónico que formó parte del Ateneo de la Juventud, cuya postura política se oponía a la dictadura porfirista, optando por una democracia que en el momento político mexicano, no existía. Para 1910, la situación de México, como se sabe, lindaba con la desintegración social. En este contexto, sin duda, se podía ya divisar el desmembramiento de las facciones de poder lideradas por Porfirio Díaz, como bien anunció sutilmente Justo Sierra en su “Discurso de Inauguración de la Universidad Nacional”[1]. Y no era para menos. En el norte del país, las huelgas obreras y las represarías de la añeja dictadura porfirista, presagiaban el colapso, en el sur, el asunto no era mejor. El problema agrario que estaba estacionado desde los tiempos de la Colonia se hallaba, para ese momento, en un punto insostenible por la precaria situación que vivian (pobreza y hambre) los campesinos, en contraste con el enriquecimiento del que hacían gala los hacendados[2]. A partir este marco histórico que refleja los inicios de la Revolución mexicana, José Vasconcelos propone un pensamiento  y una acción política sui generis. Filosóficamente, la postura que tomó nuestro autor fue radical y atípica. Radical, porque se opuso al positivismo desde el irracionalismo; atípica, porque como él mismo dijera, no se propuso escribir una obra de simples ensayos, sino que aspiraba a lo grande, al sistema filosófico. En política, su actuar como militante maderista y pos-maderista tuvo varios tropiezos: enemistades con caudillos, exilios regulares a los Estados Unidos, y la derrota en los comicios a dos candidaturas: la primera a la gubernatura del estado de Oaxaca en 1924, y la segunda a la Presidencia de la República en 1929.  
Con todo, en lo que respecta a la acción política Vasconcelos se distinguió en un rubro muy importante: el educativo, gracias a la institución que él mismo se encargó de armar desde su cargo como Rector de la Universidad: la SEP. Pero es también, a partir de los años 20 que la perspectiva política de Vasconcelos (el segundo Vasconcelos) va ir mudando; del demócrata liberal que fuera como maderista, hacia el ideólogo conservador y ultraderechista del fascismo, empezando con La raza cósmica, hasta que abraza con ahínco la ideología pro-nazi en los años 40. Estos son los dos Vasconcelos que de manera breve se pueden bosquejar en la primera mitad del siglo pasado. En cuanto a las primeras obras filosóficas de Vasconcelos, pongamos por ejemplo: Pitágoras, una teoría del ritmo, o El monismo estético, se puede decir que son preparatorias para las operas mayores. En cualquier caso es de señalar que en la mayoría de sus trabajos destaca de una u otra manera la estética como el punto vertebral de su filosofía. De ese modo, si el positivismo, que fue la doctrina imperante en la que se formó Vasconcelos, acogió a la ciencia como única posibilidad del conocer. Tanto para él como para otros ateneístas, como Alfonso Reyes, Antonio Caso, o Pedro Enríquez Ureña, eso no representó más cosa sino una postura reducida e ideológica, que si bien fue útil en la Reforma juarista, para inicios del siglo XX, la consideraron caduca. Por consiguiente, no es raro que a lo largo de los años, Vasconcelos hiciera enfático su ataque al positivismo desde el extremo opuesto, esto es, desde del arte, la religión, y las emociones. Por esta razón, el pensamiento de Vasconcelos conjuntó las filosofías de Schopenhauer, Nietzsche, Bergson, entre otros, con el dogma cristiano de la Trinidad, que fue incorporado a su filosofía sin ningún problema. Por ello, es importante la apreciación que hace el Dr. Mario Magallón, a este respecto, ya que nos recuerda que: “Repasar la obra filosófica, literaria, política e histórica de José Vasconcelos, conduce inevitablemente a la confusión entre la concepción histórica, la simbólica, la religiosa, la filosófica y de éstas con la biografía política”[3] Por consiguiente, es significativo tener presente que para acotar y estudiar una parte de la obra de Vasconcelos, es menester hacerlo a consideración de la historia por la que transita su pensamiento y su acción política, para no caer en los equívocos. Ya que, en efecto, no es lo mismo hablar (enfatizamos) de un Vasconcelos antes de los años 20, que después de ellos. Ahora bien, en los párrafos que siguen esbozaremos brevemente esta segunda etapa de José Vasconcelos.

II
En 1920, después de los muchos choques entre las fuerzas revolucionarias y las federales, así como del asesinato de Venustiano Carranza, Vasconcelos retorna de su exilio bajo la protección de Álvaro Obregón. A su llegada, se le encomendó la Rectoría de la Universidad, la cual dejó pronto para asumir la dirección de la nueva Secretaria de Educación. Al poco tiempo de esto, y después de que su labor como animador cultural termina, con logros específicos que se pueden resumir en una planeación de educación masiva; la lucha por eliminar de raíz el analfabetismo, la construcción de bibliotecas, el patrocinio de las artes y la visión integracionista de la Nación, después de esto, se publica La raza cósmica. Estamos en el año de 1925 y también ante un clima social que considera con seriedad la amenaza de la política-expansionista de Estados Unidos, como un peligro para los pueblos latinoamericanos. Con este referente, Vasconcelos va a sumar sus ideas al debate en pro de la defensa de Latinoamérica, que tenía una historia importante, gracias a Simón Bolivar, José Martí y Enrique Rodo. Por cierto, no viene mal recordar que el libro Ariel, precisamente del Uruguayo Rodo, fue una influencia importante para Vasconcelos a la hora de escribir La raza cósmica.


Ahora bien, el concepto problemático de  raza que actualmente sucumbió a un descrédito casi total, en tanto que no hay ningún fundamento serio para sostener la tesis biologicista de raza como una pragmática justificativa para aseverar la supremacía de un grupo humano sobre otro, para el año en que se publica La raza cósmica, las ideas en torno al concepto de raza y racismo, están completamente vivas. De ahí que no fuera raro que Vasconcelos atacara los postulados darwinistas, acotados al marco social por Herbert Spencer, desde varios frentes, incluyendo el sarcástico: “... basta comparar la metafísica sublime del Libro de los Muertos de los sacerdotes egipcios con las chabacanerías del darwinismo spenciariano. El abismo que separa a Spencer de Hermes Trimegistro no lo franquea el dolicocéfalo rubio ni en otros mil años de adiestramiento y selección”[4]  A pesar de todo, cabe interpelar que el nudo que teje La raza cósmica, se halla en las contradicciones en las cae Vasconcelos con tal de defender su postura. Porque en efecto, en dicho libro si por una parte se inculpa con dureza el racismo anglosajón, por el otro, toma el mismo tinte que éste. De ese modo, La raza cósmica se torna, con sus propias dispensas que bien supo José Vasconcelos, funcionalmente racista. Aunque como dijimos, enmascarado desde otro discurso (el esteticista), ya que en lo que toca, Vasconcelos no opta por el panfleto de odio y violencia, sino que acuña, bajo una retórica especifica, dogmática, una síntesis de las razas, a partir de su mezcla, cuya batuta por supuesto la tendría la raza mestiza por sus características emotivas, por eso escribe: “Nosotros no queremos la unión de los pueblos ibéricos, sin excluir a España y comprendiendo expresamente a Brasil; y tenemos que excluir a Estados Unidos, no por odio, sino porque ellos representan otra expresión de la historia humana”[5]
Ahora bien, cabe precisar que La raza cósmica alberga dos momentos importantes en su redacción, el primero, una explicación de las cuatro primeras razas en el desarrollo de la humanidad, que según Vasconcelos son: la negra, la india, la mongol y la blanca, considerando a ésta última como el puente para la quinta raza: la raza cósmica. Y el segundo momento, se encuentra en lo que con justa razón viene a ser una interpretación de la historia a partir de la ley de gusto, o la ley de los tres estados: 1) el estado material o guerreo, 2) el intelectual, y 3) el espiritual o estético. Con este planteamiento, se va a especificar la pujante utopía de Vasconcelos que reza así: “cinco razas y tres estados, o sea, el numero 8, que en la gnosis pitagórica representa el ideal de igualdad de todos los hombres”[6]. El resultado, pues, es finalmente la mezcla de razas, como ya se dijo, pero no por imposición política o necesidad biológica, sino por una estética del gusto que finalmente absorbería lo mejor de las cuatro primeras razas, dejando de lado sus defectos:
“Los muy feos no procrearan, no desearán procrear; ¿qué importa entonces que todas las razas se mezclen si la fealdad no encontrará cuna? La pobreza, la educación defectuosa, la escasez de tipos bellos, la miseria que vuelve a la gente fea, todas estas calamidades desaparecerán en el estado futuro. Se verá entonces repúgnate, parecerá un crimen, el hecho hoy cotidiano de que una pareja mediocre se ufane de haber multiplicado la miseria”[7]
Afirmaciones como ésta, se van repitiendo en el libro unas veces con cierta cordura, otras con franco frenesí, de cualquier manera José Vasconcelos deja claro que sus ideas se rinden en una enconada manera de dirigir su descrédito, por cierto tipo de hombres. Los indios, visto así, tendrían que ser excluidos por la nueva raza, y los negros, gracias a una eugenesia prototípica estetizante, desaparecerían. No por nada, el Dr. Mario Magallón, en la interpretación que realiza de La raza cósmica, escribe: “Esta visión estetizante, excluyente y racista de raíz fascistoide, la funda (Vasconcelos) en la emoción y la pasión, que no en la razón; muestra una forma racial de raigambre de larvado fascismo”[8]  
Ahora bien, hasta aquí hemos bosquejado brevemente el cuadro general de La raza cósmica, desde una visión crítica que contempla el racismo de la obra, pero nuestra inquietud conlleva también el polo, por decirlo así, más extremo, es decir, el de la revista Timón. Así pues, y al margen las operas grandes, la Metafísica, la Ética y la Estética, el pesimismo de José Vasconcelos se agudizó, y la afrenta que cargó por largo tiempo contra los norteamericanos (entre muchos otros posibles motivos), estaba en el momento, según él, de ser saldada con ayuda de la Alemania nazi. A inicios de los años 40, en efecto, las potencias del Eje se jugaban encarnizadamente los frentes para inclinar la guerra (Segunda Guerra Mundial) a su favor, y Vasconcelos tenía plena certeza de que al final todo cuadraría de esa manera. De modo que, con el patrocinio de los alemanes (vía la embajada alemana en nuestro país), Vasconcelos publica la revista Timón, revista que tuvo por fin hacer la propaganda pro-nazi en México, y poner en el primer plano de la opinión clase-mediera al que Vasconcelos consideró: “el hombre del rostro inspirado”, refiriéndose por supuesto a Hitler. La revista Timón, así, fue una publicación semanal de raigambre completamente fascista, que combinó la ideología política nazi, con la publicidad de la crema Nivea o lo más sonado del cine hollywoodense, entre otras cosas. Sin embargo, lo que más sobresale, por la fuerte dosis de antisemitismo y racismo que dejan ver, son sus artículos, algunos firmados por Vasconcelos, otros, por sus colaboradores. En uno de los artículos escrito precisamente por Vasconcelos, se puede leer: “(…) y todos los pueblos del mundo tendrán que agradecer a Mussolini y a Hitler el haber cambiado la faz de la historia, el habernos liberado de toda conspiración tenebrosa que a partir de la Revolución Francesa, fue otorgando el predominio del mundo a los imperios que adoptaron la Reforma en religión, la engañifa del liberalismo en política”[9] De este modo, y con un juicio anticipado de la victoria de las fuerzas militares del Eje, Vasconcelos profetizaba en Timón un cambio en la historia, un cambio que, expresamente estaría justificado por la fe católica, porque en efecto, para Vasconcelos no sólo estaba en juego la política, sino también la religión. Era, en pocas palabras para el Ulises criollo, el nuevo choque entre los protestantes y los católicos. Sin descuidar por supuesto a los judíos, porque al igual, también fueron atacados con dureza por el antiguo ateneísta. Sin embargo, y para infortunio de Vasconcelos, el conflicto armado no se concretó según sus planes, porque al final, la guerra se inclinó a favor de los Aliados. En lo que respecta a la revista Timón, sólo 17 números se dieron a conocer, antes de que fuera censurada por el Gobierno de Cárdenas, y arrestado el encargado principal, el cubano Cesar Calvo. A Vasconcelos por el contrario, no se le molestó, y se cerró el caso, no sin antes intentar desaparecer la penosa evidencia (los pocos ejemplares de la revista Timón que circularon).  

Pero el dato que sigue, si es posible llamarlo curioso, es como Vasconcelos adaptó su postura política según le convenía, porque al ser derrotados los ejércitos de Alemania, Italia y Japón, el nuevo peligro, según vio Vasconcelos, eran los Rusos, ora por ser ateos, ora por ser comunistas. En cualquier caso, recobra la simpatía por los Estados Unidos, porque a pesar de su protestantismo, al fin y al cabo eran cristianos. Así fue, en resumidas cuentas el polémico José Vasconcelos, hombre de carne y hueso que, a pesar de su importancia en la historia de México, igual tuvo errores y tropiezos tan grandes como lo fue alguna vez su persona. Su imagen, sus grandes hazañas en la política educativa, el misionero de la cultura, el declamador y prosista reaccionario que se dio el lujo de insultar a los caudillos, también tiene una mancha histórica que sin lugar a dudas es válida estudiar en tanto que forma parte de su vida y de su obra, además, porque parafraseando un poco a Emil Cioran, quizá sea precisamente el lado más odioso de su doctrina lo que lo mantiene vivo y actual.[10]  




[1] En su “Discurso de Inauguración de la Universidad” (1910) Justo Sierra, y teniendo entre el público a Porfirio Díaz, leyó lo siguiente: “No, no se concibe en los tiempos nuestros que un organismo creado por una sociedad (refiriéndose al Estado) que aspira a tomar parte cada vez más activa en el concierto humano, se sienta desprendido del vínculo que lo uniera a las entrañas maternas para formar parte de una patria ideal de almas sin patria; no, no será la Universidad una persona destinada a no separar los ojos del telescopio o del microscopio, aunque en torno de ella una nación se desorganice; no la sorprenderá la toma de Constantinopla (haciendo alusión al movimiento revolucionario) discutiendo sobre la luz del Tabor” en Fuentes de la Cultura Latinoamericana, Tomo I, ed, FCE, México, 1993, p, 84.  
[2] Para profundizar en este tema, recomiendo revisar el libro de Andrés Molina Enríquez, Los grandes problemas nacionales, ed, Era, México, 1983.
[3] Magallón, Anaya, Mario, Filósofos mexicanos del siglo XX: historiografía crítica latinoamericana, ed, EON, CIALC, UNAM, México, 2010, p, 131.
[4] Vasconcelos, José, La raza cósmica, ed, SEP, México, 1983, p, 30.
[5] Magallón, Anaya, Mario, Op, cit, p, 134.
[6] Vasconcelos, José, Op, cit, p, 49.
[7] Ibídem, p, 38
[8] Magallón, Anaya, Mario, Op, cit, p, 158.
[9] Vasconcelos, José, “El mundo agradecerá a Hitler su transformación”, en Timón, #7, México, 1940, p, 5.
8 Cfr, Cioran, Emil, citado por José Joaquín Blanco, en Se llamaba Vasconcelos, ed, FCE, México, 1977, p, 207.

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