lunes, 29 de octubre de 2012

¿Podemos hacerlo? vs ¿Debemos hacerlo?



Por: Norma Ortega.


“Es difícil pensar que la esencia del “me vale madre” sea
aniquilado de tajo en México, lo que sí es posible
imaginar es que las formas educacionales y modernas técnicas
 pedagógicas, puedan en un futuro, erradicar
una de nuestras mayores vergüenzas que además es institucional”
Jesús Flores y Escalante



Quiero comenzar esta plática con dos preguntas: ¿Qué es lo que nos hace confiar en la ciencia? y ¿Por qué la hemos considerado como la proveedora de conocimiento cierto y confiable? Considero que hacernos estas dos preguntas es fundamental en la medida en que hemos despreciado otros campos del saber como la filosofía, el arte, la historia y la religión, por ir tras los frutos que las ciencias nos ofrecen.      
         
        Y es que justamente esto último: los frutos de las ciencias, son los que la hacen brillar por encima de los otros saberes que, si bien es cierto nos dicen algo del mundo, no cuentan con la credibilidad de que aquélla goza.
            Si recurrimos a la historia advertiremos que las ciencias toman un lugar decisivo en la vida del hombre a partir del siglo XIV, pues ellas dieron las bases no sólo para conocer y recorrer el mundo, sino también para descubrir civilizaciones y lugares que hasta el momento habían estado ocultos a los ojos occidentales. Las ciencias sirvieron (y recalco: sirvieron) para abrir el mundo del feudo medieval que vio en ellas la posibilidad de salir del dogmatismo cristiano y crear los instrumentos que después reemplazarían el trabajo manual y burlarían los designios de la naturaleza.
            La fuerza definitoria de las ciencias y su poder (y repito: ciencias y poder) vieron su mayor logro en la gestación y desarrollo de la Revolución Industrial y con ella del Capitalismo, sistema que ocuparía el lugar de la economía feudal y que continúa vigente e ingente en nuestras vidas.
            Es así como las ciencias toman un lugar preponderante en la vida humana. Las ciencias aliadas a la industria producirán su fuente de confianza, certidumbre y adoración, pues las ciencias aplicadas a la industria dieron como fruto la tecnología.
¿Es posible negar la importancia de la tecnología en nuestras vidas? No, la tecnología tiene un papel primordial en nuestro actuar cotidiano, ya que desde la ropa que vestimos, el reloj que constantemente consultamos, este edificio y el micrófono que ahora uso, son ejemplos de ello. La tecnología tiene un papel tan importante en nuestras vidas que difícilmente nos imaginamos sin ella.

Entonces, ¿Podemos dar marcha atrás y destruir los productos tecnológicos? Tampoco, nuestro mundo está configurado en buena medida por el hacer tecnológico. La humanidad ha logrado resarcir enfermedades como el cáncer; ha podido observar recónditos y hermosos lugares del espacio, de las profundidades oceánicas y atómicas, gracias a los productos tecnológicos. La tecnología, como producto humano, ha llegado para permanecer entre nosotros y dotarnos de la vida cómoda, longeva y versátil que la sociedad exige, aunque, por supuesto, no toda la sociedad disfrute.
De este modo es como la ciencia, gran dios de la sociedad moderna cuyo Cristo es la tecnología, se ha afianzado en nuestras vidas.
Ahora bien, Francis Bacon, filósofo inglés nacido en el siglo XVI, señala que sólo la ciencia y sus frutos darán al hombre el saber que necesita, aunque para ello debemos desechar una pregunta que estropearía su desarrollo: ¿Con qué fin hacemos ciencia?
Esta pregunta, de corte evidentemente ético, rechaza y aísla toda reflexión moral del pensamiento científico y por lo tanto de todo quehacer tecnológico. La ética, de acuerdo con Bacon, no debe tener relación con la ciencia, pues para su ejercicio debemos preocuparnos por una sola pregunta: ¿Qué podemos hacer? y no ¿Qué debemos hacer? o ¿Para qué debemos hacerlo?
Esta escisión es de vital importancia porque en el anhelo de arrancarle sus secretos a la madre naturaleza (madre violada por el poder y la curiosidad humana) y de proveernos una vida cómoda y longeva, hemos dejado a un lado la conciencia de su alcance, hemos soslayado una cuestión fundamental: ¿Debemos hacerlo?
Esta última pregunta tiene al menos dos respuestas, pues la tecnología ligada a la preservación y conservación de la salud merece desde luego un contundente sí. Ya lo dijimos, se han contrarrestado enfermedades como el cáncer y estamos a un paso de hallar una cura definitiva para el SIDA.
De igual forma, la tecnología ligada a la agilidad y facilidad de nuestras múltiples tareas, merece también un sí categórico. Las ventajas de las tecnologías de la información y la comunicación, no sólo nos han dotado de la velocidad que nuestra ajetreada vida requiere, también permite que nos comuniquemos con eficacia y eficiencia.
Sin embargo, la tecnología tal cual la pensó la modernidad no es igualitaria ni fraterna ni justa (Recuerden el lema de la Revolución francesa: Igualdad, justicia y fraternidad), pues su goce no nos ha dado iguales posibilidades, ni mayor respeto por el otro y mucho menos nos ha hermanado. Basta decir que más del 60% de la población mundial nunca ha consultado un médico, no conoce los celulares y tampoco ha tenido acceso al internet ¿Podemos sostener nuestros “sí” anteriores?

Por otro lado, la pregunta planteada anteriormente: ¿Debemos hacerlo? merece un no definitivo, puesto que es de conocimiento común que los grandes avances tecnológicos, que por cierto se encuentran en manos de las grandes potencias mundiales, son “estrenados” en la guerra. La guerra, instrumento eficientísimo para recuperar economías que languidecen, representa el momento justo para dar a conocer quién posee el mayor logro científico, la tecnología de punta.
En contraste con lo anterior debemos mencionar al matemático italiano Nicolás Tartaglia, quien es considerado como el padre de la balística por haber calculado el grado exacto de inclinación para lanzar una bala lo más lejos posible a fin de causar la mayor destrucción al enemigo y que como buen amante del conocimiento no sólo escribe todo un tratado que resuelve este problema, sino también elabora un trabajo sobre los “fuegos” o explosivos más eficientes; sin embargo, el italiano prevé un grave problema: si este último escrito fuera publicado, la humanidad, sumida en constantes pugnas, se destruiría a sí misma. Tartaglia, contrario a lo que propone Bacon se pregunta por el alcance de su logro y decide quemar su propio trabajo por amor a la humanidad.
Observamos que la ciencia ligada al poder hacer, trae consigo graves problemas, pues dejar a un lado el para qué se hace y si debe hacerse, es decir, separar a la ciencia de la ética no nos da el progreso que esperábamos. Ya Rousseau en el siglo XVIII, sostenía que las ciencias y la moral guardaban una relación inversa: a mayor progreso científico menor progreso moral. Esta sentencia, aunque con fuertes reservas, mantiene su vigencia.
Y es que la idea de progreso es en sí misma peligrosa, ya que además de ser falsa en general, supone superioridad con respecto al pasado y con respecto al presente, es decir, no sólo se cree que sabemos más y somos mejores que nuestros antepasados, sino también que somos mejores y sabemos más que algunas sociedades que no han alcanzado ni poseen los avances científicos que tenemos. Nada más falso, aunque no por ello, menos vigente.
La idea de progreso es el legado de la modernidad que nos ha hecho confiar en la ciencia y sus frutos, pues en pos del anhelo por progresar hemos volteado la espalda a nuestra más íntima naturaleza: la vida en comunidad y para la comunidad. La idea de progreso es falsa: no existe tal progreso, en todo caso podemos hablar de procesos, complejos procesos, es decir, cambios y diferencias.
Ustedes, que van a desempeñar su profesión en una comunidad, deben detenerse a pensar si su trabajo es realmente para ella, pues si no lo es, al menos sí ha sido gracias a ella. Que lleguen al término de sus estudios profesionales se deberá no sólo a su tenacidad y desempeño en la academia, sino también al esfuerzo que le ha costado a lo comunidad construir y sostener esta casa de estudios. Su labor está comprometida con los otros.
En conclusión, sus frutos y la tecnología que desarrollen o mejoren, se deberá a la comunidad que los formó. Pregúntense dos cosas: ¿Para qué debo hacerlo? y ¿Para quién debo hacerlo?

Bibliografía
BACON, Francis. Novum Organum. (Recurso electrónico)
ROUSSEAU, Jean Jacques. Discurso sobre las ciencias y las artes. Madrid-España. Edimat Libros, 2004. 343 pp. (Colección Obras Selectas)
TARTAGLIA, Nicolo. La Nueva Ciencia. Rafael Martínez y César Guevara (trad.) México. UNAM-DGAPA, 1998. 167 pp. (Colección Mathema)

jueves, 18 de octubre de 2012


LA COMEDIA SEXUAL Y MATAR A LOS GATITOS.
Por: CRISTOPHER GARNICA



    La máxima broma gabacha es golpear la ingle. Con objetos, el puño o la clásica patada en las nalgas con la espinilla directa a los testículos. El dolor es lo cómico y su repetición siniestra se ha convertido en una práctica sexual variada y cruel. En su tinte Masoquista en un teatro cómico-sexual y en su forma Sádica se ha llegado a matar animales.
    
    La idea general de la broma sexual es humillar pateando o pisando. La playa o un centro comercial pueden ser el escenario para que una chica le patee la ingle a un tipo. En la versión Soft, él cae al piso ataviado por el dolor y en algunas ocasiones ella lo pisa de nuevo ó, lo remata con varios puntapiés celebrando victoriosa. El tipo se cubre con las manos.  http://www.youtube.com/watch?v=63ytM0DtgB0 Jackass tiene variedad de ejemplos de “pegar en las nueces”, así como Tarantino formas de escenificar el recorrido de una bala.
     
    En la comedia sexual Hard Core se le llama Torture Cock Ball, (Tortura de verga y bolas) Foot Pleasure, (Pie Placentero) o “Pisándote los huevos”, aunque hay variedad de nombres que van de lo siniestro a lo guarro. No es sólo el título lo gracioso, sino el absurdo, el suspenso y la fantasía en la inversión de la ley. Resulta cómico un sacerdote aplastando la vagina de una Dominatrix, o una Dominatrix avergonzada por aplastarle los testículos al sacerdote. Mientras se espera que pisar las bolas sea una forma de castigo o que reprima la erección, resulta cómico que la punición y lo prohibido, le hagan la vida placentera al cura. Como el niño que es fuertemente golpeado por su madre y en vez de experimentar el castigo, el niño diga “no me dolió” y ría. Los extremos sexuales son graciosos, además, porque rebasan el orden de las expectativas -o de lo que se esperaría del porno que aplasta “las nueces”. Pero todo extremo, bien sea práctica sexual o no, es objeto de burla. Como el enano de Proyecto X, que utilizando el puño en vez del pie, golpea la ingle de varios tipos a su paso. Al final hay un golpe en la ingle de una chica.

     El dominio del pisoteo se acompaña con algunos objetos de devoción. Zapatillas con estoperoles,  tenis (Nike, Puma, Jordan, Adidas), botas militares o el cagadísimo “calcetín adoratorio” donde el tipo huele, lame los calcetines o bien, sólo le “estrujan el chorizo”. Uno puede ver a un adolescente recostado y una chica, con grandes tenis Jordan, pisarle los testículos y caminando por su pecho y abdomen. En otra parte puede ver una zapatilla estrujando el pito de un tipo enmascarado, con los brazos atados a un camastro. Ella ríe y él expulsa su semen en el piso. El esperma es pisoteado y embarrado, como tratando de lastimar o borrar las huellas del placer que le provocó… En otras connotaciones se aplastan las manos con los pies descalzos y/o sucios, pero todo depende de la fantasía personal y por supuesto, de lo cómico que se vea -aunque no exista una conciencia de que pisar sea cómico. Eso es otra cosa que lo hace gracioso.

      ¿Qué es lo interesante de la comedia sexual, digámosle, Tiranía Vs Tanates? Debo confesar, que de primer pie, carezco de la experiencia Tiranía Vs Tanates; pero supongo, que lo placentero en el masoquista es el venirse luego de ser castigado, en el sádico la satisfacción de ser la mujer-verdugo y en el espectador chaqueteársela. No obstante, en ésta obra, la supremacía es del pie (y sus objetos de adoración) para despertar la libido. Se denota cuando una zapatilla deshace penes hechos de plastilina, devasta salchichas alemanes o destruye bolas de cristal cubiertas con lodo. También, porque en este tipo de porno el rostro se ve poco, y el exagerado y ridículo orgasmo de los actores/actrices, ni se ve.

    Parte del placer es que en la comedia sexual cada quién interpreta su rol y que la división entre masoquismo y sadismo sea tajante. Lady Macbeth no interpreta a Duncan ni viceversa; es decir, entre los participantes no hay unidad, no existe sadomasoquismo en el Foot Fetish, como sostiene Deleuze en el Presentación Sacher-Masoch. El sadomasoquismo es un “monstruo semiótico” porque el masoquista es masoquista, y el sádico es sádico. Punto.

     El masoquista es un actor representando una obra. Apela a un nivel sentimental para formular reglas y contratos no escritos. Si bien su premisa es “trasgredir la ley”, lo prohibido y la moral establecida, su fin es sufrir antes del clímax. Como aquel niño que se baja los pantalones ante su madre replicándole: “!Pégame! Soy un chico malo” Si la madre acepta, además de cagado, el niño en su representación gritaría: “Más fuerte. Más rápido. Toma el fuete. Písame el huevito…” En otras palabras, el masoquista (niño-actor) es el pedagogo de su propia tortura. Tiene que educar al verdugo antes de ser dominado y lograr la satisfacción de su fantasía. El masoquista, se sabe, tiene una palabra secreta para su verdugo, que dirá para finalizar la comedia sexual. Si al niño le sangra el testículo, luego de que se lo atravesaron con la zapatilla, él dirá: “Poni descarriado, poni descarriado”, el contrato se acaba y se sigue el camino hacia el hospital…

     Si el masoquista le dijera al sádico: “Hazme machaca, ¡con huevos!”, el sádico respondería: “Nel”.  Ésta respuesta, se debe a que el sádico no soportaría pactar con un masoquista y, por otro lado, a que el sádico es un “pasado de verga” simbólica y literalmente  -explicaría el psicólogo aunque con más solemnidad. Su sadismo es una respuesta a su falta de pene y con una demostración de violencia sustituye simbólicamente su carencia. En otras palabras, muestra que es un chica que no tiene pene y no obstante es una “pesada de verga” en sus actos violentos. Sumerge a su víctima en el caos, le provoca sufrimiento por placer, es radical y destructiva. El sádico, no se limita a una representación teatral, no hay acuerdos y sus inclinaciones se dirigen hacia lo mezquino y traumático. La versión sádica del Pie-Sexoso se llama Crush.

     En efecto, en el Crush (Aplastar) chicas con zapatillas ríen mientras aplastan y destripan gatos. En ésta variedad de sadismo del pie, el espectador no tiene los problemas legales como en el Gore http://es.wikipedia.org/wiki/Cine_gore y el Snuff, http://es.wikipedia.org/wiki/Pel%C3%ADcula_snuff  y sí un animal esclavo al servicio del goce humano, un clímax mortuorio y un final grotesco y traumático. Los asesinos de “gatitos”, en sentido Kindergarderniano, son el principio de futuros Luka Magnotta http://divinageliofobia.blogspot.mx/2012_06_01_archive.html  (aquel asesino de gatos que fuera perseguido por activistas en contra de la tortura animal) o de extremos que tienen que seguir alimentándose de deseos violentos y crueles para sentirse vivos.

     El masoquismo y el sadismo rompen las reglas, los límites establecidos, trasgreden la moral y ciertos límites. Ver cómo le aplastan los testículos a un tipo resulta cómico y liberador, de hecho, el humor rompe las reglas, los límites y trasgrede... Mucho del porno sado/masoquista es tan absurdo como una mala comedia, satisface los extremos  de la vida pesada, serie y llena de amarguras en los que nos enfrascamos. Como si el Fisting http://es.wikipedia.org/wiki/Fisting no funcionara como una metáfora de las angustias y problemas en que uno se mete… Sin embargo, para gozar no se necesita de la excentricidad  de la diva del pedo, ni del exhibicionismo de puño en el ano. Quizá, estas prácticas sopesan los momentos de amargura y fatiga que provoca, tanto en sus participantes como en sus espectadores, ese deseo constante de una vida romántica idealizada. Si son practicadas, que así continúe siendo y ¡Haz tu voluntad! si deseas practicarlas. De cualquier forma, una práctica sexual así no puede ser tomada en serio ¡Cámara! ¡Alguien le pisa los huevos a un cabrón! Es idiota. Lo que nos resta, es ver lo ridículo del asunto. No obstante, matar, y sobre todo de formas sádicas, no puede ser justificado con nada. La vida se justifica sólo con más vida.


La  definición de paradigma propuesta en la posdata de 1969[1]

Por: Dr. Guillermo González Rivera [2]





Desde la publicación de La estructura de las revoluciones científicas en  1962, el uso que se daba al término paradigma no dejó de ser criticado. Los críticos señalaban sobre todo la imprecisión del significado de dicho término. Una autora cercana a Kuhn, Margaret Masterman, muestra a partir de un escrutinio minucioso que, en ese libro, el término paradigma había sido utilizado, al menos, en veintidós sentidos parcialmente diferentes.    

Las críticas desarrolladas en ese lapso obligaron a Kuhn a revisar y a precisar muchas de las afirmaciones de su ensayo. En 1969 en la posdata preparada para la edición japonesa de su libro, pondera y responde a las objeciones de sus críticos.
Considera Kunh que había utilizado el término paradigma en dos sentidos relativamente distintos. Por una parte, con el término paradigma denotaba una constelación de enunciados teóricos, creencias, valores, técnicas, etc., que comparten los miembros de una comunidad de hombres de ciencia. Por otra parte, subraya especialmente un aspecto de tal constelación, a saber, las formas o maneras de resolver problemas utilizadas por los miembros de la comunidad y aprendidas por los estudiantes. A este elemento de la constelación de compromisos le llamará a partir de ahora ejemplares, es decir, logros ejemplares del pasado en la aplicación de la teoría y en la solución de problemas.

Este segundo sentido del término paradigma fue que suscitó más críticas y produjo más controversias porque suponía la aplicación irracional de la intuición para explicar el desarrollo de ciertos aspectos de la ciencia.

En la posdata, para aclarar su concepto de paradigma se propone tres objetivos: en primer lugar, esclarecer las funciones que cumple un paradigma en una comunidad de hombres de ciencia; en segundo lugar, enunciar y definir los principales compromisos que constituyen un paradigma, asumidos por una comunidad, (en las posdata, considera que éstos son generalizaciones simbólicas, los modelos, los valores compartidos y los ejemplares); y en tercer lugar, examinar más explícitamente las funciones y fundamentos de dichos ejemplares, es decir, formas o ejemplos comparados en la resolución de problemas.
Kuhn analiza en primer término las relaciones que se dan entre las comunidades de hombres de ciencia y los paradigmas.    

En un primer acercamiento, señala Kuhn, parecería que el término paradigma es utilizado en sentido circular. En efecto, un paradigma es una estructura teórico-metodológica que comparten los miembros de una comunidad científica, y, a la inversa, una comunidad científica es el conjunto de personas que comparten un paradigma.

Para Kuhn, una comunidad científica es el conjunto de profesionales que practican la misma especialidad común. Según sea necesario considerarlo, la amplitud común. Según sea necesario considerarlo, la amplitud de una comunidad puede variara de una asociación mundial a una asociación regional o a un grupo local. Las integraciones, por una parte, o las subdivisiones por otra, pueden, asimismo, tener muchas variaciones según las disciplinas y las consideraciones del historiador o del sociólogo.
Estos conjuntos se distingues por una serie de características peculiares: sus miembros, en un grado no alcanzado en otros ámbitos, han tenido una educación y una iniciación profesional similares. En el proceso de formación, han leído prácticamente la misma bibliografía técnica y ha sacado muchas conclusiones similares de ésta.

En las ciencias hay escuelas, es decir, comunidades que enfocan el mismo tema desde puntos de vista diversos, por lo que la comunicación entre éstas es difícil y con frecuencia equívoca, sobre todo antes de que se consolide un paradigma.

Los miembros de una comunidad científica se ven así mismos, y son considerados por otros, como los hombres exclusivamente responsables de la consecución de un conjunto de objetivos entre los que se incluyen la definición y solución de problemas, la validación de soluciones, y la formación de sus propios sucesores.

Dentro de estas comunidades, la comunicación en materias científicas es muy amplia, y el juicio profesional es relativamente unánime.
Así pues, el ámbito de un paradigma no se circunscribe por un tema de estudio sino por una comunidad de practicantes. Todo estudio dirigido a definir debería de empezar por identificar las prácticas de las comunidades que los sustentan.

Si bien hay que tener en cuenta que los que hoy es materia de investigación para una sola extensa comunidad, en el pasado pudo estar repartido en el trabajo de varias comunidades. Así, no hubo comunidad de físicos antes del siglo XIV y, entonces, fue formada por dos comunidades antes separadas: la de los matemáticos y la de los físicos naturales.

En la posdata del 69, después de haber mostrado las relaciones y las mutuas implicaciones entre comunidad científica y paradigma, pasa Kuhn a examinar los paradigmas como constelación de compromisos de un grupo, y empieza por revisar la pertinencia del término paradigma, que ahora considera inadecuado. 

Kuhn considera que el término de paradigma puede ser sustituido por el de matriz disciplinaria. La constelación de compromisos aceptados por la comunidad es una matriz porque está compuesta de un conjunto ordenado de elementos que forman un todo y funcionan en conjunto. Y es disciplinaria porque refiere a una posesión de quienes practican una disciplina particular.

Un primer elemento constitutivo de las matrices disciplinarias son generalizaciones simbólicas. Tales generalizaciones son los componentes formales o fácilmente formalizables de una matriz disciplinaria. Tales expresiones son utilizadas habitualmente sin cuestionamiento y sin discusión por todos los miembros del grupo.

En algunas ocasiones se les encuentra en forma simbólica f = m*a. En otras, se expresan por palabras: a toda acción corresponde una reacción…                                 

De no ser por la aceptación general de expresiones como éstas, no habría puntos de acuerdo para las manipulaciones lógicas y matemáticas requeridas en la solución de problemas.

Aunque el ejemplo de la taxonomía, según considera Kuhn, indica que la ciencia normal puede operar con pocas generalizaciones simbólicas, no obstante, el poder y la capacidad de una ciencia parece aumentar con el número de tales generalizaciones.

Estas generalizaciones se consideran leyes de la naturaleza, pero para los miembros de un grupo pueden tener otras funciones: pueden servir como definiciones de alguno de los símbolos que incluyen. El equilibrio entre su valor como leyes y su fuerza como definiciones cambia con el tiempo. La naturaleza del compromiso con una ley es muy diferente al compromiso con una definición. A menudo las leyes pueden corregirse parte por parte, por las definiciones al ser tautológicas no pueden corregir.

Un segundo tipo de componentes de la matriz disciplinaria son los modelos. Hay una amplia gama de éstos que va de los ontológicos a los heurísticos. Los diversos tipos de modelos tienen funciones similares; entre otras, proporcionan al grupo analogías y metáforas (elemento, protón, deuterio) que ayudarán a determinar los tipos de problemas, soluciones y explicaciones que serán aceptables para la comunidad. Permitirá, también, definir la lista de los enigmas no resueltos y evaluar la importancia de cada uno de ellos.

Los compromisos de una comunidad con los modelos ontológicos se refieren a compromisos con creencias tales como “todos los fenómenos perceptibles se deben a la interacción de átomos cualitativamente neutrales en el vacio”.

Los modelos de tipo heurístico ayudan a representar ciertos fenómenos: el circuito eléctrico puede ser considerado (metáfora) como un sistema hidrodinámico de estado estacionarlo; las moléculas de un gas actúan como bolas de billar, elásticas, en una movimiento producido al azar.

Una tercera clase de elementos de la matriz disciplinaria son las valoraciones o valores atribuidos. Habitualmente se les comparte más que las generalizaciones simbólicas o los modelos, y contribuyen a dar un sentido de comunidad a los hombres dedicados a las ciencias naturales.

Aunque funcionen en todo momento, su importancia particular se hace visible cuando los miembros de una comunidad deben enfrentar una crisis de su disciplina o elegir entre formas incompatibles de practicarla. Las valoraciones más profundamente sostenidas se refieren a las predicciones: éstas deben ser exactas; las predicciones cuantitativas son preferibles a las cualitativas; sea cual fuere el margen de error admisible, debe ser continuamente respetado en un campo determinado; y así por el estilo.  

También hay valoraciones que se aplican a las teorías: ante todo, deben posibilitar la formulación y solución de enigmas, deben ser sencillas, coherentes y compatibles con otras teorías simultáneamente aceptadas (la coherencia interna y externa es un factor de elegibilidad de una teoría en situaciones de crisis).

Sin embargo, aunque las valoraciones sean generalmente compartidas por los practicantes de una disciplina, las posibilidades de aplicación de éstas a menudo se ven modificadas por los objetos a que se dirigen, por las situaciones en que se aplican y por los rasgos de personalidad de quienes lo realizan.

Tratándose de evaluar anomalías o nuevas teorías, el recurrir a los valores compartidos (criterios) antes que a las reglas, es el medio de que se vale la comunidad para distribuir los riesgos y asegurar a lo largo plazo el éxito de su empresa.

Habiendo examinado de los tipos de elementos constitutivos de una matriz disciplinaria, a saber, las generalizaciones simbólicas, los modelos y las valoraciones, pasa Kuhn a examinar otro tipo de elementos constitutivos de las matrices disciplinarias, los ejemplares o ejemplos compartidos, el tercero y más importante de los objetivos de sus reflexiones en la posdata de 1969.

Con el término de ejemplares designa Kuhn las formas o estilos de solucionar problemas que los estudiantes aprenden desde el principio de su formación profesional en el pizarrón, en los libros de texto, en los exámenes, en las prácticas y los laboratorios.

A esto tipos de ejemplos compartidos deben añadirse algunas de las soluciones técnicas de problemas que aparecen en las revistas profesionales que los investigadores examinarán a lo largo de su vida, y que igualmente muestran un estilo de trabajo con el que se resuelven los más difíciles y complejos.

Más que los otros elementos de la matriz disciplinaria, los ejemplares tiene un valor especial en la formación del nuevo investigador y en la práctica científica de la comunidad. La resolución de problemas va más allá de la aplicación de la teoría. Al principio y durante cierto tiempo resolver problemas es conocer ordenadamente algunas propiedades de la naturaleza. Sin la resolución de problemas desde la perspectiva de los ejemplos compartidos, las leyes y teorías que estudiantes hayan aprendido previamente tendrán un contenido empírico muy pobre.

Mediante el esfuerzo de resolver problemas a la luz de los ejemplares, desarrolla el estudiante la habilidad de percibir como similares y, por tanto, objeto de aplicación de alguna generalización simbólica, una variedad de situaciones diferentes en muchos aspectos. Por citar un caso, todos los físicos aprenden a resolver problemas de plano inclinado, el péndulo cónico y las orbitas keplerianas para ilustrar las generalizaciones simbólicas aprendidas. Por lo que, después de resolver un cierto numero de problemas  bajo la óptica descrita, el joven investigador contemplará las nuevas situaciones a las que se enfrente como científico desde la perspectiva que otros miembros más experimentados de su comunidad.

Así pues, en las posdata de 1969, para revisar su formulación de paradigma (al que ahora propone llamar matriz disciplinaria), examina las relaciones comunidad-paradigma, analiza los compromisos que constituyen el paradigma, a saber, generalizaciones simbólicas, modelos y valoraciones compartidas y, explícitamente, subraya (contras las criticas) el valor formativo de la resolución de problemas de los ejemplares.
Como se ve, ya no habla aquí de los compromisos epistémicos, a los compromisos ontológicos los llama modelos, y enfatiza mucho más en la función de los ejemplares en la formación de los investigadores jóvenes y en la práctica de los hombres de ciencia.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                          


[1] Este escrito forma parte de una investigación un poco más amplia que el Dr. Guillermo González realizó sobre la definición de Paradigma en Kuhn.
[2] El Dr. Guillermo González Rivera es Catedrático de la UNAM, en la Facultada de Estudios Superiores Acatlán desde 1977, e imparte las asignaturas: Curso monográfico de Filosofía Contemporánea (en cuyo curso se especializa en dos autores fundamentales: Heidegger y Gadamer), Curso monográfico de Hegel, en la Licenciatura de Filosofía, e Introducción al Pensamiento Filosófico, en la Licenciatura de Lengua y Literatura Hispánicas. Está adscrito al Programa de Investigación, además de que fungió como Coordinador del Programa de Posgrado de la misma FES, y actualmente es Coordinador de la Unidad de Investigación Multidisciplinaria (UIM) también en la FES. Ha sido ponente en múltiples ocasiones tanto en la UNAM como en otras instituciones universitarias. Es autor del ensayo: El idealismo absoluto de Hegel reflejado en el texto de Saber absoluto, publicado por editorial Kaoz.                  

lunes, 15 de octubre de 2012


“EL ROSTRO NEGADO DE UNA NACIÓN: LO INDIO A TRAVÉS DEL ESPEJO DE DISCORDIAS”

 

Por: José Agustín Sánchez Valdez

 

“¿Es verdad que nos alegramos,

que vivimos sobre la tierra?

No  es cierto que vivimos

y hemos venido a alegrarnos en la tierra.

Todos así somos menesterosos.

La amargura predice el destino

aquí, al lado de la gente”.

(Nezahualcóyotl)

 

INTRODUCCIÓN

   
     El escenario mexicano, una determinación variopinta, abigarrada; una situación en la que diversas ubicaciones se agolpan de manera frenética, unas contra otras, pujando por permanecer en el trajín de la caótica metamorfosis que las cobija, metamorfosis que incluso algunas veces las exilia en su propio interior. ¿Qué es en “realidad” el escenario mexicano? Es ésta una cuestión por demás difícil, ni siquiera el tiempo ha permitido esclarecerla.

     Revoluciones y reformas importadas; cambios y más cambios, todo ha transcurrido aquí sin que, al parecer, suceda algo, logrando nada.

     Sin embargo, el nacionalismo mexicano ha salido avante. Ha logrado afianzarse en íconos fantasmagóricos que alimentan la fe en un Estado y en sus héroes; en sus triunfos supuestamente irrevocables frente a la adversidad y el dominio que ultramar representa. El Estado mexicano, así, ha logrado construirse a sangre y fuego sobre millones de espíritus anónimos que se sintetizan en la forma y la materia (en la persona y en los intereses) de los mártires, de los “padres de la patria”, aunque los militantes orgánicos, los autores directos de aquella metamorfosis, se esconden silenciosos entre las ruinas de un pasado que nos flagela aún. Mientras la transparencia de su sangre derramada baña calles y parques, su supervivencia constituye para algunos la garantía de que la nuestra es una situación surreal, para otros, representa la molesta presencia de la suciedad, la ignorancia, la pereza y la maldad; para otros más, que realmente son los menos, expresa la ambigüedad y disfunción del sistema, la imposibilidad que se ha tenido para equiparar ubicaciones bajo un mismo paradigma, bajo el paradigma de humanidad.

     Los de abajo, los olvidados, los resistentes, los jodidos, los pobrecitos, los que son los más pequeños de los hijos; aquellos que incluso sirven para expiar culpas a través de la lástima, aquellos que tras generaciones han sido manipulados permitiendo la existencia de eso llamado México, forman parte irreductible de la cantera de nuestro ser no obstante la constante negación.

     Así las cosas, la presente reflexión centra su atención en aquellos personajes que tras haber sido la expresión vivificada de la catarsis independentista, nuevamente regresaron a una no-vida de control, dominio y omisión por parte de la situación que en última instancia contribuyeron a engendrar.

     “Lo indio”, en la antesala, el desarrollo y la culminación de la llamada guerra de Independencia, es el vórtice de nuestra reflexión, sustentándose ésta en las historias compiladas por Andrés Lira en su “espejo de discordias”.

     Si bien las pretensiones de la presente reflexión podrían parecer inconcretables, dada la extensión y cantidad de los temas involucrados con el nuestro, es necesario repetir que los límites son inspirados por el texto de Andrés Lira y por los autores al interior de esta compilación. No es nuestro objetivo proyectar, mucho menos “factibilizar” una nueva verdad sobre éste tema en demasía desarrollado. Simplemente nos aprestamos a reflexionar, con toda la seriedad que la cuestión exige, sobre aquella parte olvidada de la mexicanidad que a lo largo de la historia ha fungido como uno de los recursos disponibles y aprovechables por mor  de la concreción de intereses específicos y propios de un gremio; sobre aquel hemisferio de nuestro ser con el que habría que saldar una gran deuda si realmente  se quisiera conformar una organización social incluyente (mexicana), y si realmente se quisiera acabar de una vez por todas con la infame instrumentalización del ser humano; si se quisiera romper de una buena vez el espejo de discordias.

     La reflexión se desarrolla en cuatro momentos: En los tres primeros, y respetando el orden del compilador, desarrollamos someramente la perspectiva que de “lo indio” podrían haber tenido Lorenzo de Zavala, José María Luis Mora y Lucas Alamán. Entendiendo que si bien éste no es el tema medular de la obra es posible ubicarlo en su interior tal vez de manera tácita. El indio mexicano, en el escenario independentista y del supuesto nacimiento de la nación, no sólo constituye parte de los recursos explotables por mor de dicho afán, sino que subyace como principal catalizador de la catarsis.

     En éste tenor, el cuarto momento de la reflexión será precisamente su conclusión, en la que se presenta de manera general nuestra perspectiva de la situación indígena en el fragor del México independiente. En éste momento tratamos de responder, no de manera acabada sino como primer acercamiento, a la cuestión ¿Qué es lo indio en el escenario nacional?  Esperamos realmente haber esbozado una primera respuesta.

 

LORENZO DE ZAVALA


     Si bien en su labor política Lorenzo de Zavala pugnó por “regularizar” la situación de la nación, siendo consciente del grueso de las irregularidades y de lo abismal de las diferencias e inequidades, lo hizo (pugnar por la regularización) a la luz del modelo norteamericano. Para Zavala, el vecino del norte, en tanto que “nación de propietarios individuales”, de grandes empresarios y de igualdad social, era la tierra prometida que volvía vituperable cualquiera de las ubicaciones dentro de la situación mexicana.

     En este marco de influencia y ensoñación, Zavala veía la inmundicia, la inequidad y la injusticia en que se encontraba sumida la población indígena. Denunció el estado de masificación y embrutecimiento en que se mantenía instalada.

     Funestas fueron las consecuencias de la irrupción de Iberia en tierras mexicanas. Tras la infame imposición de ésta violenta e ignorante presencia, los naturales fueron reducidos casi a cenizas. El grado de esclavitud en que el indio era situado mermaba enteramente su calidad humana, contenía su voluntad y negaba su inteligencia; el régimen español podía disponer de ellos a fiel parecer. El natural, el indio, constituía parte de los recursos a explotar, y al ser considerado pueril e incapacitado para llevar la voz en su propia situación, el régimen hegemónico lo enclaustraba en un estado de abatimiento que pretextaba aún más la intervención.

     Varios supuestos intentos por mejorar la condición de los indígenas se dieron en el marco de la Independencia. Tanto antes como después de la guerra se enarbolaron políticas al respecto que realmente maquillaban intereses ulteriores propios de los gremios dominantes. Por ejemplo, el código de Indias promulgado en 1680,[1] en el cual sólo se formalizaba y normaba la esclavitud bajo un punto de vista  filosófico. Constituía, dicho código, la prescripción de la esclavitud y una nueva justificación de la situación en que vivían aquellos seres “medianamente humanos”.

     Según Zavala, estas leyes y promulgaciones, más que menguar las infames condiciones en que vivían los naturales, determinaban conforme a derecho “el peso con el que se les podía cargar, las distancias hasta donde podían ir, lo que se les había de pagar, etc…”[2] Sin embargo nunca se discurrió en su condición de hombres libres y capacitados para llevar a efecto tal humanidad y tal libertad.

     Era conveniente, con el afán de mantener cierto orden sistematizado de opresión, que los dominados siempre fueran tales y así no pudieran ser incluidos en el “mundo nacional” occidental. Para tal efecto, la ignorancia constituía la forma por antonomasia de dominio.

     Cuenta Zavala, que “en la mayor parte de las provincias no sabían más que su idioma”,[3] y haciendo honor a sus pretensiones civilizatorias (las de Zavala) califica de paupérrima esta situación. Considera que la lengua de estos naturales, así como la mexicana, “es pobre y carece de voces para expresar ideas abstractas”.[4]

     Nuevamente emerge aquí, a nuestro parecer, el occidentalismo calificador de Zavala, que como aval se encarga de balancear los elementos de la situación mexicana, descalificándolos y añorando las figuras del lejano padre Occidente.

     Al considerar a Occidente como unidad de medida, el propio Zavala, que en principio pugnaba por sustentar en mejores condiciones la situación indígena, demerita la sabiduría milenaria de las “civilizaciones” mesoamericanas. Juzga confusas las expresiones filosóficas, imprecisas las observaciones que del curso de los astros se habían desarrollado, y pueril el conocimiento del medio entorno, conocimiento existente antes del abordaje de los españoles. Confiere, así, cierto carácter salvador a la violenta y quijotesca expansión de la Corona española.

     A la vista de Zavala, la conquista de estas colonias españolas representó el arribo de la civilización, la llegada de un nuevo culto en el que la sangre dejaba de correr, por lo menos en nombre del terrible Huitzilopochtli; en el que llegaba a su fin el régimen patriarcal de figuras plenipotenciarias como la de Moctezuma, en el que nuevos santos y dioses provenientes de Roma llegaron y se afianzaron como mito asegurador, como justificación y consorte ante tanto sufrimiento y pesar,  como la explicación ordenada y forzosa de la fe que habría de sustituir a los “horribles ídolos prehispánicos”.[5]

     Así las cosas, nos es posible ver que si bien Zavala trabajó por mor de una sociedad mexicana más incluyente y general, existía en él el estigma que han compartido la mayoría de los que son ilustrados anacrónica y eclécticamente: no toman en cuenta la propia situación, y de esta manera proyectan soluciones que ni son originarias, es decir, no son producto de la propia situación que las cobija; ni son originales, es decir, no son producto del esfuerzo reflexivo y orgánico del propio creador, del individuo sujeto a dicha situación.

     Terror, ignorancia, religión a mano dura, incomunicación, monopolio de la riqueza, ejercicio de la violencia y el poder a través de un aparato específico, todos éstos fueron los argumentos del sistema colonial. Si bien su denuncia no se hizo esperar, al buscar la solución más allá de las fronteras, no sólo se enfatizó la confusión, sino que no se alcanzó la respuesta. Sin embargo, para Lorenzo de Zavala sí llegó un nuevo sol, un nuevo resplandor que se derramaba sobre una nueva nación cuyas fallas eran menores y en la que el indio comenzaba a ser considerado parte fundamental y foco de atención. Hacia él, hacia el indio, se dirigían los esfuerzos de salvación; era necesario sacarlo de la ignorancia e inmundicia para así realmente progresar. Empieza a volverse necesario que el indio deje de ser tal y se acerque a la “civilización”.

     En éste tenor discurre la revisión histórica hecha por Zavala. Sin embargo, como se ha dicho, Occidente es siempre la lente a través de la cual nuestro autor ve la situación mexicana. Primero, España, vestida de azar violento, impulsa a éstas misteriosas tierras “americanas” a formar parte, aunque sólo como la estructura que sostiene y determina en última instancia a la superestructura, de la frenética metamorfosis mundial. Después, Zavala ubica el derrotero del desarrollo de la nación mexicana en el vecino norteño, tal vez su versión más cercana de aquello llamado Occidente. Entabla incluso una comparación entre ambas situaciones (la mexicana y la norteamericana) y los individuos que las mueven.

     Para Lorenzo de Zavala el indio (y el mexicano) es un bárbaro cuyo espíritu indómito bien podría condenarlo al suplicio, mientras que el norteamericano es el ciudadano, cuya propiedad le asegura el triunfo y la permanencia.

     Zavala deposita en las naciones occidentales, al hacer su comparación, la potestad para sacar a México del atolladero, para acercarlo a disfrutar del “reino de los cielos”, empero, lo hace omitiendo el hecho de que fue el propio Occidente quien le puso ahí, en el fango.

 

JOSÉ MARÍA LUIS MORA



    Viviendo en carne propia los cambios ocasionados por la lucha independentista, José María Luis Mora es dibujado por el compilador, esbozo con el que concordamos, como todo un intelectual. Un hombre cautivado por las mieles de la civilización y el progreso que Francia, “positivamente”, había alcanzado.

     La visión de Mora sobre la población indígena es tan salvadora como inmisericorde; para él, irrevocablemente, México habrá de unirse en el concierto de las naciones tras la homogenización de sus aspectos étnicos. En éste sentido, la población indígena existe precisamente como eso, como población, sin embargo, no como parte activa de la vida política. En ésta proyección, según Mora, una proyección que él quiere para México, la población indígena desaparecerá al mezclarse con la raza blanca. Occidente por fin derramará su luz sobre cualquier extensión absorbiendo cualquier matiz, asimilando (eliminando) a la diferencia.

     Sin embargo, Mora, por otra parte, reconoce el abigarramiento étnico imperante (temporalmente) en la situación mexicana, y reconoce también sus repercusiones.

     En su desarrollo de la historia nacional no demerita, a diferencia de Zavala, la importancia de la sabiduría prehispánica, y expresa además, que si bien el indio posee tamices negativos en su carácter (la ignorancia por ejemplo), éstos son producto de la labor de la Conquista, tras la cual fue enclaustrado en la oscuridad, en la barbarie. Para José María Luis Mora la educación marcaría aquí la diferencia entre el mejoramiento y el deterioro de la nación. Desde nuestra perspectiva es esta una forma más para eliminar al indio: incluirlo en un proyecto de nación a través de la educación (adoctrinamiento), no obstante, tanto el proyecto de nación, como la educación, resultan para éste triste personaje ajenos.

     Así las cosas, Mora deposita al indígena mexicano en un letargo quasi natural, es decir, que si bien reconoce en la Conquista el principal motivo de su sojuzgamiento, la miseria es ya una condición natural e inevitable en aquel funesto individuo.

     Al indio le son restadas todas las virtudes y facultades propias de un ser humano; siguiendo a Mora, carece de imaginación, no es capaz de expresar su existencia estéticamente, es, ante la mirada de nuestro pensador, poco agradable. Aquí el indio es un personaje más cercano a la bestia que al ser humano, en él se pierden, según Mora, las exquisiteces propias del europeo.[6] México habría de progresar en la medida en que mentes americanas dejaran de tener injerencia en su transformación, y fueran sólo las manos las que se aprestaran a ser guiadas por la luz occidental.  ¿No se seguiría así en una misma situación de dependencia?

     José María Luis Mora pretende, así, buscar el espíritu mexicano en la raza blanca, ante la cual y por mor del progreso,  la “raza de bronce” habrá de sucumbir.  Así las cosas, vemos que para éste autor guanajuatense el pasado y el presente indígenas del país son por un lado situaciones cuyo martirio vuelve gloriosas, pero que deben ser tomadas como cosa muerta; como algo que tarde o temprano caerá siendo superado por el irrefrenable paso del progreso.

 
LUCAS ALAMÁN


      Personaje Ilustrado, afortunado, poseedor de gran riqueza y gratos recuerdos; un hombre cuya vida transcurrió entre la levedad de una excelente posición. Son éstas algunas, muy pocas, de las características de Lucas Alamán.

     Hombre de mundo, impregnado con el resuello europeo, Alamán, tomó como directriz de sus esfuerzos y reflexiones al orden. Siguiendo la lectura de Andrés Lira, podemos percatarnos de que incluso dentro de sus propuestas políticas, Alamán pugnaba por una dictadura militar administrada, no politizada.

     La perspectiva que Alamán expresa sobre la independencia es tan desoladora como cercana a la realidad: una calamidad para la situación nacional; calamidad que precisamente estimularía las disidencias sociales y políticas, y que sumiría en el abatimiento total a la nación por más de treinta años.

     Precisamente, Lucas Alamán consideraba a la guerra independentista como la “culpable” de destruir las formas institucionales del pasado a través de torpes improvisaciones.[7] La guerra de independencia, decía, era una pugna entre proletarios y propietarios.

     Empero, Alamán es consciente de que uno de los principales detonadores, tanto de la revolución que en su tiempo se gestó, como de sucesos posteriores, fue la introducción de elementos ajenos a esta situación mexicana durante la Conquista. La diversidad étnica provocada en éste tenor, tanto como la legislación mal hecha para menguar entre tal diversidad de “clases de habitantes” fueron, a los ojos de Alamán, “de grande influjo” para la explosión de la catarsis.

     Alamán denuncia a lo largo de su obra la “inequidad racial” imperante en México. Deja claro que los mejores y más altos cargos eran reservados para los peninsulares, quedando para los criollos, sólo rara vez, algún puesto de poca monta. Indios y castas, obviamente, se encontraban completamente fuera del festín.

     Así las cosas, el odio y la enemistad entre criollos y peninsulares creció hasta llegar a la instrumentalización de la población por parte de los primeros, en busca de arrebatar la estafeta de la riqueza y el poder de manos de los segundos.

     Sin embargo, antes de la catarsis, nos es posible ver que, si bien los españoles eran minoría con respecto a las castas y a la población indígena, su clase e ideología se extendían como hegemónicas por casi todo el territorio. La estamentación social que de éstos ordenes se desprendía ubicaba a españoles y castas como “gente de razón”, mientras que el indio era estimado como carente de ella.

     No obstante, ante esta negativa a considerar plena la humanidad del indígena, se desarrollaron numerosas campañas para eximirlo de tan trabajosa situación. Por ejemplo, se trajeron más africanos para substituir a los indígenas en los trabajos más forzosos, e incluso, por parte de la propia Corona española, se permitió a los indígenas mantener prácticas y costumbres anteriores a la Conquista, siempre y cuando, claro está, no fueran contrarias a la religión católica. A resumidas cuentas, nos parece que se otorgó al indio una libertad completamente determinada, cuyas prerrogativas, además de ser susceptibles de cualquier cambio creído conveniente por la Corona y para la Corona, eran completamente específicas.

     Se concedió a los indios una autonomía vigilada; se les permitía vivir en poblaciones separadas de los españoles manteniendo una forma de gobierno propia, la cual incluso era reconocida como una “República”, también se les permitía conservar su lengua y su forma de vestir, peculiar, en voz de Lucas Alamán.

     La implicaciones a las que nos lleva a reflexionar todo esto, redundan precisamente en el hecho de que los indios eran exiliados dentro de su propia tierra, eran considerados una nación completamente separada, por una parte, mientras que por la otra, desde la propia perspectiva indígena, todo aquello que no formaba parte en algún sentido de su situación era considerado extranjero. No es de extrañar que en éste marco el rencor, el odio y la desconfianza fueran los principales “sentimientos” externados desde la población indígena hacia el resto de los coterráneos.

     Si bien, como hemos mencionado anteriormente, se emprendieron varias campañas de adoctrinamiento (educación) con el objetivo de librar al indio de las fauces de la ignorancia y el atraso, posteriormente, se cayó en la cuenta, según Alamán, “de que no convenía dar demasiada instrucción a aquella clase”, de hecho, algunos caros personajes, como el virrey marqués de Branciforte consideraban que a esta franja de la población, la india, “no había que dar más instrucción que el catecismo”.[8]

     Así las cosas, los indígenas que llegaban a “cultivarse” lo hacían ordenándose como sacerdotes y encerrándose en las parroquias de sus pequeños poblados.

     Alamán nos entrega un trazo más de la personalidad del indio: habiendo discurrido por las infames condiciones en que se le mantenía y la extrema ignorancia con que era tratado, no resulta extraño que entre estos funestos personajes el robo y la embriaguez constituyeran prácticas cotidianas que terminaran por constituir, incluso, formas de expresión y de subsistencia. Así, al ser considerados falsos, crueles y vengativos, se recomendaba (exigía) su sobriedad, sufrimiento y resignación de manera abnegada ante una situación, como se ha dicho, justificada dentro de “lo natural”.

     Habiendo hecho este recorrido, Andrés Lira pasa a un segundo momento en la obra de Lucas Alamán, y nos entrega la visión que éste tenía de la sociedad mexicana de su tiempo:

     En el entendido de que las pretensiones de Alamán son casi en su totalidad económicas, vemos que para él la mexicana es una situación cuyas instituciones son caducas y disfuncionales; una situación que posee los elementos para alcanzar la prosperidad pero que no sabe asirse a ellos; una nación en decadencia que como cuerpo social se encuentra en la miseria; una nación mexicana en la que ha menester una reforma de fondo. ¿Cuáles son los consortes propuestos por Alamán? Desde nuestra perspectiva, es posible ubicar la propuesta de Alamán en el terreno económico. Manteniendo tranquilo y controlado al pueblo, dejándolo desarrollarse en su paz y en su quietud casi rumiante; reconociendo la irrevocabilidad del espíritu religioso en la población, el cual contribuye a que la “docilidad y la buena inclinación” sean siempre presentes en su espíritu, y, además, sacando de este noble pueblo buenos y entregados hijos de la patria, dispuestos a trabajar de sol a sol en la explotación de la riqueza agrícola, mineral y fabril de éste territorio mexicano. Pan y circo para asegurar que la fuente creadora de valor no falte y los engranes del progreso no se detengan.[9]

 
 


CONCLUSIÓN


     A lo largo de esta breve reflexión hemos expuesto de manera general, al no poseer aún un conocimiento agotado del tema, las circunstancias en que terriblemente subsistía la población indígena en los albores de la nación mexicana. Si bien este tema se encuentra tácito en las reflexiones históricas de los tres personajes presentados por Andrés Lira, la pujante situación en la que aún se encuentran los individuos indígenas, cantera de nuestro ser como “nación”, ha sido la principal inspiración para el desarrollo de este ejercicio reflexivo.

     El pasado y el presente indios, en términos de nuestros autores, es negado. Ese rostro descalificado se compone por una gran diversidad de pueblos, comunidades y sectores sociales esparcidos, algunos de manera irregular, por todo lo largo y ancho del país. El carácter distintivo de estos pueblos, a nuestro parecer, radica en que son portadores de una cosmovisión y una forma de organización vital que encuentran sus orígenes en la milenaria sabiduría  “prehispánica”, por tanto, son producto de un proceso histórico innegable. Así, las comunidades resultan un intrincado tejido de conocimientos generalizados, actividades diversificadas y especializaciones indispensables para llevar la vida con autonomía.

     Occidente ultrajó la pureza de aquellos pueblos transformándolos en masas silenciosas que transitan agachadas soportando una falsa cruz.

     Al negar su pasado indígena, la nación mexicana ha despertado sin encontrarse, sin poder recordar lo que fue. No recuerda ni haber muerto ni haber nacido. Los mexicanos nos hemos liberado sin siquiera poder levantarnos. Somos no somos, en el presente nos confundimos, de la gran madre nos hemos ido y en hijos bastardos de un Occidente lejano nos hemos convertido.

     La piel indígena de nuestra nostalgia cayó con nuestro mañana, se han destrozado sus alas y sus garras de obsidiana; hasta el momento transitamos sin rostro, como una sombra vagamos por los pasillos solitarios y silenciosos de nuestra historia.

 


 

 

 

Bibliografía

Lira, Andrés. El espejo de discordias. La sociedad vista por Lorenzo de Zavala, José María Luis Mora y Lucas Alamán. SEP. México. 1984. Pp. 195.

 



[1] Nos referimos a la Recopilación de leyes de los Reinos de Indias, promulgada en 1680 y publicada al año siguiente. Cfr. Libro VI “De los indios”.
[2] Cfr. Andrés Lira. Espejo de discordias. La sociedad vista por Lorenzo de Zavala, José María Luis Mora y Lucas Alamán. SEP. México. D.F. 1984. p.32.
[3] Ídem.
[4] Ibíd. p. 33.
[5] Ídem.
[6] Ibíd. p. 79.
[7] Ibíd. pp. 167 ss.
[8] Ibíd. p. 163.
[9] Cfr. pp. 177 ss.

Twitter Delicious Facebook Digg Stumbleupon Favorites More

 
Design by Free WordPress Themes | Bloggerized by Lasantha - Premium Blogger Themes | coupon codes