jueves, 31 de enero de 2013



La expresión mediante imágenes en Hegel.


Por: Andrés Olvera Ponce.*


El propósito de este trabajo es caracterizar la expresión hegelina. Para ello nos orientaremos a la expresión escrita y haremos referencia a la expresión filosófica y poética, señalando cómo en la escritura se muestra la fragmentación que se vive en la filosofía y en la poesía en el siglo XX.  Posteriormente, caracterizaremos la expresión romántica, en clara oposición con la actual expresión posmoderna, pues si bien ésta nos muestra un estado de pulverización, la expresión romántica mostrará rasgos opuestos. Por último, señalaremos los matices poéticos que presenta en Hegel la expresión escrita, diferente en algunos puntos de la expresión romántica en general.

I

Para nadie es un problema aceptar que la filosofía y la poesía son asuntos de palabras. Es decir, que  tanto el filósofo como el poeta utilizan en su actividad a la palabra como instrumento para dar cuenta de la realidad en que se encuentran; por tanto, la palabra (hablada o escrita) es el medio a través del cual se expresa el pensamiento del filósofo y el sentimiento del poeta. De esta manera, palabra y expresión son semejantes en tanto que sirven para manifestar pensamiento o un sentimiento, aunque pudiera observarse que existen múltiples modos para manifestarlos y la palabra es uno de esos modos. En este caso no nos interesa tanto la expresión hablada, sino escrita, por la permanencia que tiene esta última.

Cuando el hombre filosofa o cuando el poeta crea no es sólo la capacidad racional o la imaginativa la que se utiliza; cuando esto sucede, el hombre todo se encuentra inmerso en esa tarea. En la filosofía, la exigencia de la claridad el rigor son necesarios para cumplir con su propósito: pensar la realidad. ¿Y qué significa esto? Quiere decir que el objeto de reflexión es el universo viviente mismo, con toda la gran variedad de seres que lo integran, pero que ha de ser pensado en profundidad sólo cuando se está bien provisto de un arsenal lógico que permita la precisión y la claridad. Sin embargo, con asombro vemos que la experiencia nos muestra sólo hechos aislados, particulares, que requieren de algo que defina y unifique y, en cierto modo, ese algo sólo puede ser razón. La herramienta propia de la filosofía —como actividad principal racional— para cumplir con la función de abstraer lo fundamental de las cosas es el concepto, entendido como un procedimiento racional que posibilita la descripción, la clasificación y la previsión de los objetos cognoscibles. Pero en esa tarea existe la posibilidad de olvidarse de la realidad y permanecer sólo en los conceptos, y en su expresión: las palabras; la posibilidad que no debe darse si el objeto de reflexión es la realidad, no el lenguaje. Este caso pudiera ser un tipo de filosofía autorreferente y que pudiera definirse como aquella que en su proceso de reflexión se confunde con su propio interior, al perder de vista el objeto que motivó esa actividad. Pero, en todo caso, en la filosofía una expresión clara y precisa es condición necesaria para que se dé una buena comunicación; también es importante porque sólo por ella—por la comunicación, así sea con nuestro interior—encontramos la verdad. Esta condición reflexiva de la filosofía nos remite  a su aspecto social. Y quizás la necesidad de reunirnos en la búsqueda del conocimiento sea porque consideramos  que los hombres, seres finitos y relativos, no pueden tener acceso a la verdad absoluta, por lo menos en filosofía, aunque pareciera posible en otras actividades tales como el misticismo. Y en ese dialogo  que se establece en la búsqueda de la verdad la expresión juega un papel muy importante, porque permite que los otros entiendan claramente el mensaje. Pero cuando en la filosofía la palabra deja ser el  instrumento principal de la razón para aliarse con el poder, entonces se pierde la posibilidad del diálogo y la palabra pierde su poder propio que es el político:

“El cambio que está produciendo ahora representa una disminución progresiva de la participación verbal, una ineficacia de la palabra como vinculo de comunidad… La política se hace irracional…porque se impone a todos, por sí sola, una fuerza mayor; la cual por ser fuerza, ya no es razón pensada y argumentable…[1]
Por esta situación, la palabra deja de ser la posibilidad de intercambiar experiencias o puntos de vista para convertirse en un arma de la violencia y la imposición, fenómeno que resalta más en los llamados tiempos de paz. La situación no admite posibilidad alguna de sobrevivencia para la palabra, vehículo de lo racional, pues, “ante la razón necesaria, la razón de fuerza de mayor, resultan superfluas las razones justificantes…”[2]
En resumen, la palabra parece destinada al silencio en un mundo en el que al poderoso no le interesa escuchar al otro y mucho menos le interesa intercambiar opiniones para buscar la justificación de algún acto: ¿para qué querría el poderoso darle explicaciones a alguien que no tiene el poder para perjudicarlo? Así es como la filosofía parece haber encontrado una forma de morir, de desaparecer: callar ante la imposición. De esta forma:

“…lo que deberíamos de temer, y de lo cual ya existen síntomas patentes, es que se suspenda el régimen dialógico de vida por otro que no sea literalmente dialógico, y que no requiera entendimiento…[3]

Esto se plantea como posible en la filosofía; y algo similar acontece al arte y, con él, a la poesía. Tanto para Vattimo[4] como para Aquilino Duque[5] aquello que ha provocado el silencio en el arte—como reacción—ha sido la acción del Poder, el Estado o la burocracia; así pues, el arte autentico ha reaccionado renegando de todo el elemento de deleite inmediato en la obra, rechazando, con ello, la comunicación y optando por el puro y simple silencio. Uno de los elementos que la obra rechaza es la belleza. Sin embargo, el silencio del que aquí se habla no tiene nada que ver con ese otro tipo de silencio que tiene un significado mucho más rico que la palabra. Por principio de cuentas, este silencio como reacción se distingue porque es, de alguna forma, voluntad; porque la posibilidad de expresar no se ha cancelado y se muestra cuando otros artistas siguen creando tal coma la tradición lo indicaba, es decir, cuando se pueden crear obras que se presentan como un conjunto de objetos, diferenciados en sí por lo que dicen y no sólo sobre la base de su mayor o menor capacidad de negar la condición del arte. Sin embargo, en el silencio místico la situación parece tener cierto matiz de improvisación expresiva, derivada de no poder expresar un tipo de realidad que no está al alcance  de las palabras, pero que, no obstante, es un indicador quizá más valioso, pues no da un indicio de la verdadera naturaleza de lo que se pretende manifestar imposiblemente por la palabra. En síntesis, el silencio contemporáneo lo es por un exceso; se manifiesta por una destrucción de la palabra, por la gran habladuría que puebla el mundo; y, en este sentido, sigue siendo voluntario el asunto: ese fenómeno destructivo parece originarse en la intención de uniformar o nivelar toda la realidad: “…Para nadie es un secreto que hoy nos encontramos inmersos en el lenguaje sofista que todo lo uniforma, que nivela toda la realidad…”[6] por su parte el silencio del místico parece intentar expresar lo inefable a través  de sugerencias paradójicas, siempre que por paradoja entendemos “…la reunión de términos o imágenes contradictorias que en su misma contradicción anulan la palabra para hacer estallar la Palabra verdadera…”[7] Así, habría un silencio por pérdida de sentido en la habladuría y otro por sobreposición e insuficiencia ante lo designado.

En suma, la expresión contemporánea manifiesta una gran pulverización, una división entre lo racional y lo sentimental, tal vez porque el mundo contemporáneo ha tendido que olvidar lo unitario. Y en gran parte se debe a que la palabra ya sólo se ha usado para imponer, y no para poder argumentar con base en el diálogo, como podría ser en filosofía, y así se ha tornado esa actividad filosófica en actividad plenamente retórica, en la que lo importante es la búsqueda de la verdad sino la justificación de la situación. También el arte tiende a mostrar una expresión fragmentada como una reacción de protección ante el empuje de los centros de poder. Sin embargo, parece que históricamente existe un movimiento previo que en lugar de buscar lo fragmentario, privilegia la unidad sobre toda otra cosa. Y esa intención provoca que la palabra muestre un equilibrio entre la razón y el sentimiento. Ese momento histórico es llamado el Romanticismo.

II

En la historia de la filosofía parece presentarse un momento en el cual la intención es resaltar la síntesis entre lo que se piensa y lo que se siente; dicho momento, dijimos, se le conoce con el nombre de Romanticismo; movimiento que es, a su vez, el punto de culminación de la reacción ante la posición kantiana, en la que la razón estaba limitada por los sentidos y por la metafísica, o sea, por la sensibilidad y la fe. Así pues, en el Romanticismo la razón trasciende esas fronteras por su intención de alcanzar lo Infinito, concepción que comienza con Fichte. Además de darle peso al sentimiento, el Romanticismo se destaca en el arte porque considera que los bello es lo vivo y lo vivo  es lo que se evade de lo estrictamente racional, además de que el mundo pesa cósmicamente sobre el intelecto; al contrario del movimiento neoclásico, aquí la naturaleza domina al hombre y el arte no tiene otra finalidad fuera de expresar esa dominación. Finalmente la inteligencia se refleja en la dispersión que se manifiesta en la aparición de literaturas regionales y alzamientos periféricos[8]. Es muy probable que lo anterior nos lleve a pensar que en el Renacimiento también aparecía una división notable en la concepción de la realidad, cargada ahora de manera radical hacia el sentimiento, la irracionalidad, la ausencia de método y por considerar al arte con un fin en sí mismo. No obstante, dentro de un movimiento con esas características, es interesante entender que se busca superar la división kantiana de la realidad racional y la realidad real, pero no tendiendo hacia el extremo opuesto que consistiría en hacer prevalecer el sentimiento y la fe como realidades vivientes por sobre todas las cosas, sino en manifestar un equilibrio entre la razón y el sentimiento. Tal posición de integración y equilibrio se encuentra manifestada en la filosofía de Hegel, sobre todo porque en la él “La expresión más allá del Absoluto —cuerpo y espíritu al mismo tiempo—, se encuentra en el arte donde se unen y pactan materia y espíritu…”[9] Esto significa que esa síntesis se expresa mediante el uso del concepto y la imagen (ya en metáfora o alegoría, etc.), dando origen a un lenguaje, pues, muy conceptual pero en gran parte imaginativo , siempre y cuando se entienda la imagen como la representación de seres inmateriales o de ideas abstractas en formas sensibles y animadas. En suma, la expresión de lo que se considera verdadero adquiere gran belleza al utilizar estos recursos verbales. Según Aristóteles, el concepto (logos) es lo que define a la sustancia o esencia necesaria de una cosa; mientras que la metáfora es definida por el mismo Aristóteles, en sentido genérico, como un modo indirecto de hablar, es decir que la metáfora consiste en dar a una cosa un nombre que pertenece a otra cosa, produciéndose la transferencia del genero a la especie, o de la especie al género, o con base en la analogía. Igualmente puede considerarse en la modalidad de símil y de alegoría. En Hegel, la expresión de su filosofía se logra a través de imágenes vividas. Basta con abrir una de las páginas de la Fenomenología del Espíritu para encontrar más de un ejemplo de ellas:

“Lo bello, lo sagrado, lo eterno, la religión y el amor son el cabo que se ofrece para morder el anzuelo… A esta exigencia responde el esfuerzo acucioso y casi ardoroso y fanático por arrancar al hombre de su hundimiento en lo sensible, en lo vulgar y lo singular, para hacer que su mirada se eleve hacia las estrellas, como si el hombre, olvidándose totalmente de lo divino, se dispusiera a alimentarse solamente a cieno y agua, como el gusano… El espíritu se revela tan pobre, que, como el peregrino en el desierto, parece suspirar tan sólo por una gota de agua, por el tenue sentimiento de lo divino en general, que necesita para confortarse.”[10] 

La expresión que se presenta en esa filosofía manifiesta una relación coherente entre la expresión de dar cuenta del absoluto y de restaurar al hombre que había dividido Kant al presentarlo separado entre razón e intuición; a su vez, esta filosofía, quiere dar cuenta de la realidad, con el cambio y la contradicción que siempre manifiesta, por lo que sólo la imagen podrá ser el medio adecuado para satisfacer ese propósito de dejar clara la idea mediante la relación figurativa de la imagen. De este modo, la imagen es el complemento necesario del concepto: son uno y expresan el dinamismo de lo uno.

No obstante, todas las obras hegelianas presentan la misma forma expresiva, dependiendo de la obra que se trate dan algunas diferencias. Por ejemplo, en relación con la Fenomenología del espíritu. “Se trata, indudablemente, de una de las concepciones más imaginativas y poéticas que se le hayan ocurrido a un filósofo”[11] Caso contrario parece presenta la Ciencia de la lógica, pues por su carácter analítico en general no se presta para utilizar un lenguaje con un cierto tono imaginativo, y por ello “La lógica de Hegel es (según él mismo indicó) algo abstracto y aislado…”[12] Estas dos instancias dan una breve muestra del estilo que Hegel utiliza, tanto para expresar el desarrollo de su sistema como para expresar su metalógica, que es, según nosotros, el que primero use el lenguaje figurativo y en el segundo caso, el lenguaje más puntualmente conceptual. O bien, para resumir lo anterior:

“Casi como Shakespeare, Hegel piensa a menudo con imágenes… pero importa mucho darse cuenta de que, lo que sucede con la mayoría de los filósofos, Hegel no busca una imagen con la que hacer visible sus ideas: sus dificultades residen frecuentemente en transmitir a la vez la intuición y la idea… Hegel no busca términos que sean abstractos —busca palabras que retengan un núcleo sensorial— aunque se empleen en una prosa metafísica.”[13]      
De aquí la dificultad de su texto y la preponderancia del lenguaje imaginativo. De esta forma, Hegel presenta su teoría como una expresión figurativa, sugerente; y a través de esa expresión imaginativa se manifiesta el concepto.

A pesar de que una de las notas románticas era el considerar al arte como un fin en sí mismo, en Hegel se presenta de manera diferente, ya que su obra no es principalmente poética sino filosófica, y adquiere enorme relevancia porque es el primer paso hacia el conocimiento del Espíritu Absoluto, “en él empieza a realizarse totalmente la idea, es decir, tanto la aproximación de la consciencia humana a Dios como la plenaria realización de Dios mismo”[14] En resumen: “La estética está aquí al servicio de la metafísica y es paso dentro del cuerpo de pensamiento metafísico”[15]

En conclusión, la expresión hegeliana se caracteriza porque manifiesta en esa unidad expresiva los cuatros tipos principales del lenguaje figurativo: la metáfora, que es la traslación del significado de un vocablo de un objeto a otro por la semejanza que tienen entre sí; la alegoría, que se define como la expresión continuada de una metáfora; la sinécdoque, que expresa la relación que media entre el todo y sus partes; y también la metonimia, que consiste en trasladar el nombre de un sujeto a otro en virtud de una relación de sucesión que hay entre ambos.

De este modo, la relación que existe entre la concepción filosófica y la expresión textual hegeliana es mutuamente determinante; la palabra figurativa obedece a una necesidad ontológica, puesto que, en términos de Hegel, no puede haber disociación entre el concepto y su expresión. En suma, la expresión textual en imágenes es el complemento necesario de la concepción filosófica unitaria de Hegel.       



* Andrés Olvera Ponce, es maestro en filosofía por la Universidad de Guanajuato, especializado en filosofía de la ciencia, en dónde su interés se ha centrado en el pensamiento filosófico de Wittgenstein. Sin embargo, y quizá alejado de lo anterior, también gusta de cultivar los problemas concernientes a la Estética. El presente trabajo es un ejemplo de sus inquietudes sobre la relación entre la poesía y la filosofía, a través del pensamiento hegeliano.
[1] Nicol, Eduardo, Ideas de vario linaje, UNAM, p, 315.
[2] Ibid, p, 318.
[3] Ibid, p 319.
[4] Vattimo, Gianni, El fin de la modernidad, Planeta-Agostini, p, 79.
[5] Duque, Alquino, El suicidio de la modernidad, Bruguera, p, 99.
[6] Xirau, Ramón, Palabra y Silencio, Siglo XXI, p, 145.
[7] Ibid, p, 52.
[8] Díaz Plaja, Guillermo, Hacia un concepto de la literatura española, Espasa-Calpe, p, 21.
[9] Xirau, Ramón, Introducción a la Historia de la Filosofía, UNAM, México, p, 287.
[10]Hegel, W., Fenomenología del espíritu, FCE, México, pp, 10-11
[11] Kaufmann, W. Hegel, Alianza, p, 128.
[12] Ibid, p,206,
[13] Ibid, pp, 153-154.
[14] Xirau, Ramón, Introducción a la Historia de la Filosofía, UNAM, México, p, 299.
[15] Ibid.

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