EL HORROR
De lo Abyecto a
los Monstruos
Por: Cristopher
Garnica
El horror me fascina. A menudo quiero que los demás gocen
como yo, al ver a un asesino destazar a su víctima, y que la sangre manche las
paredes mientras devora sus tripas. No siento “los pelos de punta” ante lo
asqueroso de la escena, no me tapo los ojos ni me pongo la “piel de gallina”.
No me angustia el terror, ni tengo malestares corporales. Soy morboso, me
atraen los muertos, los monstruos del cine, sé que hay algo estético en ello y
que con el tiempo perdí mi asombro ante la crueldad ficticia.
Las personas suelen
preguntarme: “¿cómo te gusta eso?”, dan un par de argumentos en contra del
horror, y terminan tachándome de psicópata, freak y asesino serial en potencia.
Dicen que prefieren no saber nada del horror, evitar el vómito o tener pesadillas. Que suelen evadir el horror e incluso
son indiferentes ente las ideas e imágenes de crueldad que los rodean. Lo
cagado es que terminan estando conmigo y yo preguntándome “¿Por qué carajos ven
películas de terror si les da miedo?”
Piensan que hay
algo malo en mí, que soy un fanático de la crueldad y que apoyo el exterminio.
Se equivocan. El único exterminio que me gusta es el de los zombis. Me da risa
y disfruto la muerte de los extras, los efectos especiales, la sangre
artificial, el maquillaje, vestuario y utilería para crear un ambiente caótico
basado en un guión. Y aunque podría encontrar algo de “filosófico” en un zombi,
sólo me gusta verlos, sin pensar.
Por otro lado, hay
quien prefiere propagar actos contra la humanidad, ver muertas a millones de
personas o quemar iglesias. Cuando eso sucede quiero taparme los ojos, me indigna,
siento asco y náusea. No obstante hay quién lo disfruta, tiene un exceso de
asombro por el horror y un fanatismo por la crueldad. Cuando el maquillaje se
borra, y el simulacro de pánico se acaba, la vida sí me atemoriza mal plan…
El Monstruo y lo
abyecto

Lo abyecto no sólo
se corrobora con los cinco sentidos, provoca emociones extrañas e incluso
desconocidas. También se utiliza como un instrumento para el arte, y juega con
la idea de imprimir sensaciones desagradables en el espectador con el fin de
invertir lo sucio en un valor estético. El Accionismo Vienés fue muy conocido
por realizar a finales de los 60`s,
simulacro de violaciones, asesinatos de animales, entre otras cosas más
o menos excéntricas. “Mierda de artista” es el título de una obra de Piero
Manzoni, vendida por 123 mil € en 2008. La obra de arte, en efecto era la mierda
de Manzoni enlatada. Vincent Castiglia, el dark de la pintura, ilumina sus óleos
con sangre.
Aunque los criterios
que utilizan para su obra, sean los de destruir las convenciones artísticas para
construir argumentos estéticos, revelarse contra los moldes, ser contestatarios
y subversivos, hay que decir que con ello fortalecen, también, el gusto por el
horror natural, solapan la crueldad, alimentan el morbo y el fanatismo. A pesar
de que ése no sea su discurso inicial.
Si sentimos horror
por ser asesinados, es normal; eso puede ocurrir o no. Hacer una obra de arte con
un cadáver, podría ser común, incluso sentir asco y horror como experiencia
estética. Pero ¿qué hay del sentimiento horroroso que nos provocan los
monstruos? Esos seres que son una figura estética, extensión o simulacro del
horror natural, creados a partir de lo abyecto y con el fin de propagar el
terror.
Cuando estaba más chavo me gustaba la sensación de erizo al ver vampiros,
gremlins, niños demoníacos, payasos asesinos y esos seres diabólicos. Pero me
preparaba contra la artimaña ficticia y con una bolsa de Cheetos la retaba:
“ándele puto, haber asústeme si puede”. La verdad nunca quise pelear contra
Freddy Krueger ni Chucky, y al contrario, dejaba impresiones que iban del asco
al asombro. No obstante quería que el horror fuera efectivo y me sacara de
menos un espanto o bien dificultades para dormir. A pesar de que en la escuela presumía
que “había estado chafa”.

Todos sentimos fascinación, aunque cada quien en diferentes grados, por
los monstruos, y su cúmulo de epóxicos que destruirán todo. Los demás también
son morbosos. Curiosean ante la idea de esos personajes raros, con visiones
extrañas del mundo que persiguen y matan. “¿Podrías matar a alguien?” es una
duda que sirve para romper el hielo. Y la hemos respondido o preguntado más de
una vez con sencillez.
Los monstruos aunque sean repugnantes nos
consuelan. Vemos un atractivo apocalíptico en el poder del monstruo, y coincidimos
en su proyecto político de expansión y aniquilación. Para aliviar nuestro
sufrimiento, creemos en la idea de que los extraterrestres tengan la capacidad de
erradicarnos. Si están por llegar deseamos que sea pronto y anhelamos su existencia
para morir o luchar todos juntos.
¡Wuácala! ¡Qué rico!
Una vez estimulados por el temor que nos provocan los monstruos, somos
ambivalentes con el famoso “¡Wuácala! ¡Qué rico! Esa postura de rechazo-aceptación
es muy común. Ante Lord Voldemor rechazamos su aspecto desagradable. Pero lo aceptaríamos
con placer intenso, si logrará matar a Harry Potter. Es más, nos proyectamos en
el poder del monstruo e imaginamos ser Lord Voldemor: tener de enemigo a un
mago huérfano, hacerle la vida miserable y demolerlo con el poder de una varita
mágica.

Sentimos eso porque los monstruos carecen de las bondades que presumimos
tener y ése es un extra para proyectarnos. Son abominaciones contra el orden de
la naturaleza e impuros, sucios, putrefactos, productos de desperdicios
industriales, se ligan con roedores, tienen y propagan enfermedades peligrosas.
Son dañinos y siempre andan encabronados con la vida. Los monstruos infectan el
camino hacia el mejor de los mundos posibles. Son un obstáculo hacia la felicidad
y belleza que demandamos a toda costa. Introducen caos, decadencia y en su
impureza hay una fuerte intención de propagar sufrimiento y angustia. Los
monstruos quieren matar. Pero hay que recordar que ese morbo, aunque alimenta
un deseo oculto, se queda en el plano de lo improbable.
Para los psicoanalistas el placer que
proyectamos en los monstruos, es un deseo reprimido, placer sin dilación hacia
lo abyecto. Como la protagonista de la saga el Crepúsculo, estaríamos en
nuestra proyección debatiéndonos entre un deseo sexual por la necrofilia con un
vampiro y por la zoofilia con un hombre lobo. Es decir, por el deseo que vemos en
el vampiro: la forma de seducir a sus víctimas; su juventud y belleza, su eternidad
y esa chupada en el cuello con su fuerte carga erótica. O bien elegir entre los
pelos del hombre lobo y su aullido sensual…

Y como si el gran susto fuera ese momento de clímax esperado, pornografía
sucia protagonizada por monstruos, a veces salimos decepcionados. Sobre todo si
el terror no cumple su propósito de atemorizar, si los métodos para asustarnos
son un cliché o si son en exceso grotescos. Que experimentemos los efectos del
horror es el propósito del monstruo. No obstante algunos dan risa o pereza. Eso
sucede con los esqueletos vivientes, las momias en las películas del Santo, o
los tomates asesinos. El horror que sentimos por el monstruo, es el mismo que
sentimos por el vacío, por la nada…
Recuerdo de morro, cuando el miedo a los monstruos no me dejaba dormir,
cómo me inventaba temores y me fascinaba al mismo tiempo. Encontré en el morbo
un término medio para sentir indignación al ver un decapitado por el narco, las
fotos brutales del diario o el horror de la hambruna. No lo adoro ni desearía
hacerlo, me incomoda porque no estoy exento de esos eventos, nadie lo está. Sin
embargo aprendí a obtener placer del horror ficticio y los monstruos que
alimentan el imaginario.
Blog del autor: http://divinageliofobia.blogspot.mx/
@elcrisgg