miércoles, 20 de marzo de 2013


EL HORROR
De lo Abyecto a los Monstruos
Por: Cristopher Garnica

El horror me fascina. A menudo quiero que los demás gocen como yo, al ver a un asesino destazar a su víctima, y que la sangre manche las paredes mientras devora sus tripas. No siento “los pelos de punta” ante lo asqueroso de la escena, no me tapo los ojos ni me pongo la “piel de gallina”. No me angustia el terror, ni tengo malestares corporales. Soy morboso, me atraen los muertos, los monstruos del cine, sé que hay algo estético en ello y que con el tiempo perdí mi asombro ante la crueldad ficticia.
     Las personas suelen preguntarme: “¿cómo te gusta eso?”, dan un par de argumentos en contra del horror, y terminan tachándome de psicópata, freak y asesino serial en potencia. Dicen que prefieren no saber nada del horror, evitar el vómito o tener pesadillas. Que suelen evadir el horror e incluso son indiferentes ente las ideas e imágenes de crueldad que los rodean. Lo cagado es que terminan estando conmigo y yo preguntándome “¿Por qué carajos ven películas de terror si les da miedo?”
    Piensan que hay algo malo en mí, que soy un fanático de la crueldad y que apoyo el exterminio. Se equivocan. El único exterminio que me gusta es el de los zombis. Me da risa y disfruto la muerte de los extras, los efectos especiales, la sangre artificial, el maquillaje, vestuario y utilería para crear un ambiente caótico basado en un guión. Y aunque podría encontrar algo de “filosófico” en un zombi, sólo me gusta verlos, sin pensar.
     Por otro lado, hay quien prefiere propagar actos contra la humanidad, ver muertas a millones de personas o quemar iglesias. Cuando eso sucede quiero taparme los ojos, me indigna, siento asco y náusea. No obstante hay quién lo disfruta, tiene un exceso de asombro por el horror y un fanatismo por la crueldad. Cuando el maquillaje se borra, y el simulacro de pánico se acaba, la vida sí me atemoriza mal plan…

El Monstruo y lo abyecto
Por eso distingo entre el horror “natural” y el estético. El primero obedece al Holocausto nazi, fechado y cuantificado; el segundo al holocausto zombi. Y aunque puedan distinguirse o no, ambos son especialistas en lo abyecto. Es decir, que se caracterizan por demostrar brutalidad, vísceras, cadáveres, lo putrefacto, la basura, los bichos... Lo abyecto inclusive puede ser parte de nosotros mismos: pipí y popó, sangre, esperma, mocos y en general todo aquello que suele permanecer oculto o es vergonzoso.
     Lo abyecto no sólo se corrobora con los cinco sentidos, provoca emociones extrañas e incluso desconocidas. También se utiliza como un instrumento para el arte, y juega con la idea de imprimir sensaciones desagradables en el espectador con el fin de invertir lo sucio en un valor estético. El Accionismo Vienés fue muy conocido por realizar a finales de los 60`s,  simulacro de violaciones, asesinatos de animales, entre otras cosas más o menos excéntricas. “Mierda de artista” es el título de una obra de Piero Manzoni, vendida por 123 mil € en 2008. La obra de arte, en efecto era la mierda de Manzoni enlatada. Vincent Castiglia, el dark de la pintura, ilumina sus óleos con sangre.
     Aunque los criterios que utilizan para su obra, sean los de destruir las convenciones artísticas para construir argumentos estéticos, revelarse contra los moldes, ser contestatarios y subversivos, hay que decir que con ello fortalecen, también, el gusto por el horror natural, solapan la crueldad, alimentan el morbo y el fanatismo. A pesar de que ése no sea su discurso inicial.
     Si sentimos horror por ser asesinados, es normal; eso puede ocurrir o no. Hacer una obra de arte con un cadáver, podría ser común, incluso sentir asco y horror como experiencia estética. Pero ¿qué hay del sentimiento horroroso que nos provocan los monstruos? Esos seres que son una figura estética, extensión o simulacro del horror natural, creados a partir de lo abyecto y con el fin de propagar el terror.  
     Cuando estaba más chavo me gustaba la sensación de erizo al ver vampiros, gremlins, niños demoníacos, payasos asesinos y esos seres diabólicos. Pero me preparaba contra la artimaña ficticia y con una bolsa de Cheetos la retaba: “ándele puto, haber asústeme si puede”. La verdad nunca quise pelear contra Freddy Krueger ni Chucky, y al contrario, dejaba impresiones que iban del asco al asombro. No obstante quería que el horror fuera efectivo y me sacara de menos un espanto o bien dificultades para dormir. A pesar de que en la escuela presumía que “había estado chafa”.
     De niño me pasaba y nunca me lo pregunté hasta ahora: ¿por qué me asustaba de aquello que sabía de antemano no existía? La mayor parte de mi tiempo (muchos adultos todavía, lo hacen) ponía en tela de juicio la existencia de los monstruos, eso incluía las leyendas y mitos. No obstante me interesaba el horror a pesar de provocarme inquietud y alucinaciones.
     Todos sentimos fascinación, aunque cada quien en diferentes grados, por los monstruos, y su cúmulo de epóxicos que destruirán todo. Los demás también son morbosos. Curiosean ante la idea de esos personajes raros, con visiones extrañas del mundo que persiguen y matan. “¿Podrías matar a alguien?” es una duda que sirve para romper el hielo. Y la hemos respondido o preguntado más de una vez con sencillez.
     Los monstruos aunque sean repugnantes nos consuelan. Vemos un atractivo apocalíptico en el poder del monstruo, y coincidimos en su proyecto político de expansión y aniquilación. Para aliviar nuestro sufrimiento, creemos en la idea de que los extraterrestres tengan la capacidad de erradicarnos. Si están por llegar deseamos que sea pronto y anhelamos su existencia para morir o luchar todos juntos.

¡Wuácala! ¡Qué rico!
     Una vez estimulados por el temor que nos provocan los monstruos, somos ambivalentes con el famoso “¡Wuácala! ¡Qué rico! Esa postura de rechazo-aceptación es muy común. Ante Lord Voldemor rechazamos su aspecto desagradable. Pero lo aceptaríamos con placer intenso, si logrará matar a Harry Potter. Es más, nos proyectamos en el poder del monstruo e imaginamos ser Lord Voldemor: tener de enemigo a un mago huérfano, hacerle la vida miserable y demolerlo con el poder de una varita mágica.
     Eso nos dificulta reconocer nuestro sentimiento ante la idea de muerte o abyección. Sin embargo la cosa es sacarle jugo al placer. Poco o nada interesa si es producto de algo sucio o vergonzoso. El placer es bueno provenga del monstruo que provenga, y nosotros nos aprovechamos de ello para despilfarrar nuestro deseo. Todavía está palpable mi insatisfacción, cuando Harry despierta de su muerte simulada y termina volviéndose un maldito héroe puberto.
    Sentimos eso porque los monstruos carecen de las bondades que presumimos tener y ése es un extra para proyectarnos. Son abominaciones contra el orden de la naturaleza e impuros, sucios, putrefactos, productos de desperdicios industriales, se ligan con roedores, tienen y propagan enfermedades peligrosas. Son dañinos y siempre andan encabronados con la vida. Los monstruos infectan el camino hacia el mejor de los mundos posibles. Son un obstáculo hacia la felicidad y belleza que demandamos a toda costa. Introducen caos, decadencia y en su impureza hay una fuerte intención de propagar sufrimiento y angustia. Los monstruos quieren matar. Pero hay que recordar que ese morbo, aunque alimenta un deseo oculto, se queda en el plano de lo improbable.
    Para los psicoanalistas el placer que proyectamos en los monstruos, es un deseo reprimido, placer sin dilación hacia lo abyecto. Como la protagonista de la saga el Crepúsculo, estaríamos en nuestra proyección debatiéndonos entre un deseo sexual por la necrofilia con un vampiro y por la zoofilia con un hombre lobo. Es decir, por el deseo que vemos en el vampiro: la forma de seducir a sus víctimas; su juventud y belleza, su eternidad y esa chupada en el cuello con su fuerte carga erótica. O bien elegir entre los pelos del hombre lobo y su aullido sensual…
     Siguiendo esa misma lógica podríamos ver que en todo monstruo se esconde una manifestación sexual deseada, pero al ser repugnante, se convierte un tabú social, el cual escondemos por temor a la palabrería del vulgo contra nuestra persona. En términos caricaturizados, las hordas zombis son el gusto por el deseo de una orgía, las brujas por la gerontofilia y los monstruos creados con desechos tóxicos e industriales, por la coprofilia…
     Y como si el gran susto fuera ese momento de clímax esperado, pornografía sucia protagonizada por monstruos, a veces salimos decepcionados. Sobre todo si el terror no cumple su propósito de atemorizar, si los métodos para asustarnos son un cliché o si son en exceso grotescos. Que experimentemos los efectos del horror es el propósito del monstruo. No obstante algunos dan risa o pereza. Eso sucede con los esqueletos vivientes, las momias en las películas del Santo, o los tomates asesinos. El horror que sentimos por el monstruo, es el mismo que sentimos por el vacío, por la nada…
     Recuerdo de morro, cuando el miedo a los monstruos no me dejaba dormir, cómo me inventaba temores y me fascinaba al mismo tiempo. Encontré en el morbo un término medio para sentir indignación al ver un decapitado por el narco, las fotos brutales del diario o el horror de la hambruna. No lo adoro ni desearía hacerlo, me incomoda porque no estoy exento de esos eventos, nadie lo está. Sin embargo aprendí a obtener placer del horror ficticio y los monstruos que alimentan el imaginario.

@elcrisgg

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